historia y crítica




El Progreso de teatro la fragua




En la ciudad de El Progreso, hay una respetada institución. Cuando uno la visita, regresa con el corazón en un puño, reconfortado por la pujanza, vida y autenticidad que se siente en sus integrantes: El teatro la fragua , de los pocos grupos que en el país mantiene viva la llama del histrionismo.

Siempre es sorprendente visitarlos. Siempre tienen algo nuevo que contar sobre las tablas. Hay vitalidad responsable de alta estética en este colectivo que nunca se duerme en sus laureles y para quienes el teatro es un constante aprendizaje y no una actividad burda de simple memorizado y recitado de textos inertes. Tampoco saben de afectadas poses sólo para nutrir el ego fotogénico. Estos hombres y mujeres andan en serio en el arte. Decir la fragua es referirse a más de veinte años de labor continuada.

Cada vez que uno llega a su vetusto local no sólo se encuentra la sonrisa de gringo bueno del director Jack Warner o la gestualidad amable de Edy Barahona, el más veterano de sus artistas, sino también la mano franca de todos sus integrantes y, por si fuera poco, una novedosa obra que disfrutar.

Esta vez nos sirvieron un banquete renovado de esa bellísima pieza del folklore popular que antes, en la era pretelevisión, contaban los abuelos alrededor de un candil o de una hoguera, en los corrillos familiares, en los amplios corredores y patios de las fraternas casonas provinciales: las mil y una historias del bandido de Tío Coyote y del pícaro Tío Conejo.

Ya habíamos visto esta obra hace algunos años. Pero hay tanta novedad creativa en el nuevo montaje que es como una obra inédita. Distinta, como si la viéramos por primera vez. Y esa es la mejor prueba de lo artístico: lo que, mientras más se ve, más gusta.

Eso ocurre con la pequeña pieza teatral. Es aleccionador comprobar hasta dónde ha sido el grado de superación y desarrollo de este cuerpo actoral. Si dijéramos "luces", hay una luminotécnica que es capaz de ponerle cualquier sombra, penumbra, celaje o destello preciso que el momento emocional de la obra requiera.

Y si le buscamos sonido, éste no consiste en una reproducción mecánica de casete o CDs. Tienen -caso único en el actual teatro hondureño- su propio grupo musical. Y allí esta: discreto, en una esquina, sin robar una escena, pero dándole a la obra el exacto sonido que evoca el estado anímico que necesita el ritmo de la dramatización.

Pero donde han captado el espíritu de este pueblo es en el lenguaje corporal y gestual. Han llegado a comprender que el teatro es hablar con los signos del cuerpo. Ellos, en cada gesto, en cada mueca, en cada visaje, implican un mensaje premeditado que, por el ejercicio y el dominio escénico, se transforma en un acto aparentemente espontáneo y natural. En el caso concreto de Tío Coyote y Tío Conejo, qué atrape del gesto hondureño: Toda la picardía y el saber vivir de nuestra gente han sido captados con autenticidad. Los del teatro la fragua si que han hecho camino al andar.

Queda constancia, pues, del buen desempeño de Yéster Estrada, Rigoberto Fernández, Chito Inestroza, Héctor Lezama, Yadith Gómez, Edilberto González y Carlos Mario.

La Prensa, San Pedro Sula
18 septiembre 2000






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