historia y crítica





Teatro la Fragua en Honduras:
20 años dramatizando la bondad y los vicios de un pueblo



"¡Su atención, por favor! ¡Su atención! ¡Esta es tercera llamada! ¡Tercera! ¡¡Comenzamos!!" (Actor de la fragua).

"El fin de la representación, desde el principio hasta ahora, ha sido y es ofrecer a la naturaleza un espejo en que vea la virtud su propia forma, el vicio su imagen, cada nación y cada siglo sus principales caracteres" (Hamlet). 

Alto y delgado. Los pelos largos y blancos. La mirada sincera, tierna, y profunda del que ha bajado hasta el fondo de los misterios donde se cocinan los temperamentos más humanos. El rostro largo dibujado de tercas perseverancias, preocupaciones, y luchas. Gringo pero con sangre de la Irlanda de Joyce y Wilde. Jack Warner, jesuita, artista, y teatrero por vocación y formación, llegó a Honduras hace 20 años. Centroamérica era entonces un hervidero de esperanzas: Monseñor Romero le hablaba de liberación a El Salvador. El frente sandinista alcanzaba la revolución en Nicaragua. Y en Honduras, algunos jesuitas se llagaban las manos y el corazón sembrando la solidaridad de Dios con los pobres, desgranando la mazorca de la esperanza para dar de comer dignidad a los campesinos y campesinas hondureños. 

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Mientras la fiebre de la liberación empujaba a unos al lenguaje de las armas, y a otros al lenguaje del evangelio y la muerte en cruz, cuando la sociología, el análisis político, o la reflexión teológica, eran los instrumentos oficialmente canonizados para expresar los gritos de justicia y libertad de nuestros pueblos; allá en Olanchito, en medio de las montañas y los campos bananeros del atlántico hondureño, Jack Warner y un grupo de jóvenes, fundaban teatro la fragua: un teatro contestario y comprometido con el pueblo. Al igual que Chaplin ocupó el arte con humor y pasión para poner al descubierto la pobreza y la marginación provocadas por la Revolución Industrial, teatro la fragua se proponía llevar la buena noticia del evangelio a las aldeas más recónditas de Honduras, y colaborar como instrumento para el cambio social. En una sociedad marcada por los contrastes sociales y la injusticia, el arte y la cultura son instrumentos necesarios para transformar los hábitos en el corazón de un pueblo acostumbrado a estar marginado, maltratado en su dignidad por transnacionales financieras y por políticos oportunistas, a quienes mendiga su educación, su salud, y su vivienda. Por algo las revoluciones socialistas concedieron un pedestal importante a las expresiones artísticas y culturales. Y si una piedra ha quedado en pie después del terremoto ocurrido a aquellas revoluciones, esa piedra ha sido precisamente su legado cultural y artístico.

PROGRESO: 

En una de las muchas esquinas del centro de El Progreso está doña Marta, una madre frondosa en hijos y trabajos. Ella vende baleadas -una tortilla de harina embadurnada de frijoles molidos y polvo de queso- y carne asada con jugo de naranja. En la plaza, al frente de la iglesia católica de Las Mercedes, los lustrabotas limpian zapatos, más adelante algunos niños distraen el hambre sumidos en los narcotizantes vapores de disolventes y pegamentos. Un borracho se orina delante las narices de todos, mientras una enorme boa adivina el destino a los interesados, y un predicador vocifera maldiciones anunciando catástrofes e infiernos por venir. 

El Progreso es la tercera ciudad más importante de Honduras, después de la fea Tegucigalpa y de San Pedro. El Progreso es una perla, pero percudida por el lodo, el calor, el polvo, y los más nocivos caciquismos y oportunismos políticos. 

El pavimento sólo ha alcanzado para cubrir las calles aledañas al centro comercial del pueblo. El resto de calles de la ciudad y los barrios permanecen, desde tiempos inmemoriales, sin pavimentar todavía.


No es lo mismo escuchar hablar de la explotación, la burocracia, o la injusticia, en el lenguaje técnico y oscuro utilizado por algunas cofradías de sociólogos o politólogos -("Este es un embeleco estructural, eminentemente social, coyunturalmente dialéctico, y epistemológicamente complejo... ¡No entendí! pero, ¡oh!, ¡qué inteligente es el licenciado!")-, que ver, sentir, y comprender la explotación en Las dos caras del patroncito, o contemplar con humor y sonrisa, los horrores de la burocracia dramatizados con ingenio por la fragua en La cosa, o conocer la historia de Morazán actuada con belleza, alegría, y estremecimiento, en Alta es la noche. Definitivamente ni es lo mismo ni es igual. 

Conocí a Jack Warner en 1991, un día que Managua se despertó llorando la tristeza de los aguaceros de septiembre. Las nubes se bañaban en el lago, la sombra de Sandino se paseaba por el aire, y Carpentier me entretenía con el laberinto barroco de La consagración de la primavera. Jack llegó a nosotros para hablarnos del teatro como medio de comunicación. Pero no sólo nos habló de las iglesias medievales convertidas en teatros para evangelizar al pueblo, también nos sumergió en las rutinas dramáticas para escenificar una parábola. Sin embargo, fue necesario que la vida y sus crisis me empujaran a El Progreso. Dos años en El Progreso fueron suficientes para comprender y palpar todo el potencial educativo, humanizante, y comunicador que posee el teatro. Fue entonces que comprendí lo que allá en Managua nos había dicho Jack sobre el teatro como medio de comunicación al servicio de la evangelización y la humanización de la sociedad.

El cine Italia, las discotecas, los billares, las cantinas, o las maquinitas, son referentes importantes de muchos progreseños. Como hay estrellas en el cielo, así hay niños y niñas en El Progreso, y curiosamente en toda la ciudad no existe un sólo parque o lugar recreativo para que jueguen los niños -¡Ay, si los niños y las niñas pudieran votar!-. 

La Casa de la Cultura es símbolo elocuente del espíritu cultural de la ciudad, está en construcción. Hay tres hoteles en El Progreso. La mayoría del tiempo están vacíos, o son usados por los amantes furtivos y clandestinos del lugar para aliviar las urgencias del amor. 

El clima de El Progreso es caprichoso como todos los climas de la costa en el Atlántico. Llueve ferozmente como si del mismísimo diluvio universal se tratara, pero de inmediato aparece un sol que en segundos evapora cuanto a su luz se expone.

En El Progreso los atardeceres son bonitos. Todas las tardes entre 4 y 5, el sol se convierte en agricultor. Enciende un gran fuego en medio de las nubes. Todo el cielo arde entonces en anaranjados y variados celajes. Y luego de quemar el cielo, el sol siembra una milpa de estrellas que la luna cosecha todas las madrugadas.


El evangelio de nuevo se hace carne y drama en el cuerpo y en la voz de los actores de teatro la fragua. Una cosa es escuchar al padrecito hablar del nacimiento o la pasión de Jesús, y otra cosa muy distinta es ver, escuchar, y sentir el nacimiento y la pasión de Jesús recreada por Jack y los actores de la fragua. En las reducciones del Paraguay, los jesuitas conquistaron el corazón y la fe de los indios guaraníes con música. Los actores de teatro la fragua anuncian el nacimiento de Jesús a ritmo de rap y danza. Entonces la palabra de Dios vuelve a ser seductora y buena noticia que alegra y entusiasma. 

Dudo mucho que en Centroamérica exista una compañía de teatro con la solidez, la experiencia, la formación, y el compromiso social, de teatro la fragua. Los actores de la fragua no son egresados de ninguna escuela de artes dramáticas. Pero ellos nada tienen que envidiar al más pintado de los trabajadores de la actuación. Con disciplina y una exigencia paciente, Warner ha convertido a muchachos y muchachas en excelentes actores. Los actores de la fragua provienen de las barriadas pobres y marginales de El Progreso. Ni la oportunidad de acabar la escuela han tenido. Sin embargo son profesionales del arte y la actuación. teatro la fragua les ha proporcionado la educación y el humanismo que no han podido pagar en las escuelas o institutos. Jack Warner ha hecho del oficio del teatro un oficio del que se puede vivir. Los muchachos de la fragua viven de su trabajo como actores. ¿Vivir del teatro en Centroamérica? ¿No me cree? ¡Vaya a El Progreso y visite la fragua!

Las muchachas progreseñas son bonitas y con cuerpos esbeltos, en sus caderas se oyen los murmullos del tambor garífuna y la ternura maya. Ataviadas con mínimos atuendos caminan por las calles, guiñando el ojo al calor y los sentidos. 

El tiempo no pasa por El Progreso. Sin embargo, el tiempo sí ha pasado por las bolsas de los comerciantes turcos, las compañías bananeras, y los políticos, porque ellos sí han progresado, ¡y vaya cuánto! Ellos sí sacaron el máximo provecho de la fiebre del banano. Al pueblo nada más le quedó la fiebre, pero sin banano ni provecho.


Algunos dicen por allí que la difusión del arte y la cultura es asunto de gente desocupada. Un entretenimiento para personas que no tienen otra cosa que hacer. ¡¡Dedicarse al teatro cuando hay otras cosas más urgentes y prioritarias!! En El Progreso aprendí a admirar y respetar la extraordinaria inteligencia y sensibilidad de Jack Warner. Rara vez descansa, el teatro es su vicio, su pasión, la espina clavada en su corazón. Siempre me pregunté cómo hacía Jack para mantener un programa de radio de una hora los 7 días a la semana, preparar una gira a México o a España, o un taller de teatro para los jóvenes indígenas de Santa María Chiquimula en Guatemala, asistir como jurado al premio Casa de Las América en Cuba, ensayar con los actores, escribir o mejorar guiones, reunirse con intelectuales en congresos y talleres de arte y teatro, celebrar misas, o escribir a los amigos y amigas del teatro en el mundo; todo aquello al mismo tiempo que se ocupa de la administración y la manutención financiera del teatro y sus actores. Semejante trajín de trabajo sólo puede tener el respaldo de una sensibilidad y una inteligencia especialmente dotadas. Y por supuesto, mantener el fuego del teatroencendido por 20 años sólo puede ser el mérito de una pasión convencida de que el arte y la cultura son instrumentos válidos, y necesarios, para humanizar el corazón de las personas. 

Warner ha explotado el potencial educador del teatro y lo ha diseminado por muchas aldeas campesinas de Honduras. Todos los meses, los muchachos de Roman">la fragua dejan El Progreso y salen rumbo a los centros de capacitación de las parroquias a enseñar a jóvenes de la ciudad y del campo cómo hacer teatro. En esos talleres de teatro los jóvenes aprenden a utilizar su cuerpo y su voz, aprenden a montar pequeñas piezas de teatro como el nacimiento de Jesús o la pasión. "Vos no sabés -me dijo un día Edy Barahona, uno de los actores fundadores y de más experiencia de la fragua- la satisfacción que se siente al final de un taller de teatro. Ves llegar a muchachos y muchachas campesinas, al principio todos tímidos y callados, con su cuerpo dormido y rígido por los trabajos del campo, ¡hasta para hablar te piden permiso! Pero cuando acaba el taller parecen otros muchachos y muchachas, ya no tienen pena, el teatro les ha devuelto la voz, no sólo la voz de su boca, también la voz del cuerpo y los sentimientos". 

El teatro es una institución educativa y artística con amigos y amigas por todo el mundo. Un teatro globalizado. Desde hace mucho tiempo, Jack ha tenido el enorme detalle de enviar cuatro veces al año una carta a todos los amigos y amigas del teatro esparcidos por los 5 continentes de nuestro planeta. La confección de esas cartas nunca es sencilla. Esas misivas expresan creativa y literariamente las andanzas y vivencias del teatro, las anécdotas de giras y los testimonios de actores, amigos y amigas del teatro. Además esas noticias han asegurado la supervivencia del teatro y de sus actores. Al teatro nunca le han faltado mecenas solidarios. Me dijo Jack una vez que esa lista de amigos y amigas la comenzó con las personas que estuvieron como invitados a su ordenación sacerdotal. Y desde entonces esa lista ha ido ensanchando su cauce. 


¡Un programa de música clásica en El Progreso! ¡La música interpretada para los reyes y sus cortes escuchada ahora por el pueblo! Imagínese a Bach o a Mozart interpretando el concierto de Brandenburgo o Don Giovanni a los pobladores del mítico Macondo de García Márquez. El Progreso y su población son lo más parecido a Macondo y los Buendía que pueda usted imaginar. Un poquito de música nocturna, es un programa radial producido por Jack y la fragua para dar a conocer la historia de la música a los radio oyentes progreseños. Un intento educativo por cultivar en el oído de los progreseños los ritmos tranquilos y apasionados de la música clásica. Es un programa de radio bastante pedagógico, una historia de la música para principiantes. Escucharlo es como si nos estuvieran contando un cuento con música. Pedagógicamente el programa está bastante bien logrado. Jack no sólo nos hace escuchar la música. No se contenta con explicar la música. También nos adentra en la vida personal de los grandes compositores. Siempre imaginé a los maestros de la música clásica como gente rara y aburrida. Gente sin nada que ver con las cotidianas pasiones y preocupaciones de la gente común y corriente. Pero las anécdotas y alguno que otro dato curioso narrado por Jack, devuelve a los grandes compositores la condición de ciudadanos de la abigarrada naturaleza humana. 


Este año teatro la fragua cumple veinte años de labor artística y educativa. Algunos se extrañan de ver a un cura dedicado enteramente al teatro. Se piensa que la vocación sacerdotal es para realizarla en cualquier lado menos en un teatro. Jack Warner lleva veinte años justificando con su trabajo el potencial evangelizador y humanizante del teatro. Por algo la Compañía de Jesús adoptó al teatro como una de sus armas para combatir las ideas de la reforma protestante en la Europa de hace varios siglos. La formación dramática era materia obligada en los colegios de los antiguos jesuitas. Voltaire, uno de los genios de la ilustración francesa, no obstante ser contrario a algunas posiciones de sus antiguos maestros jesuitas, reconocía que si algo les agradecía era que le enseñaron a hacer teatro. Y es que antes de la radio, la televisión, o el cine, el principal y más potente medio de comunicación fue el teatro. Si no me creen entonces pregunten a Sófocles, a Platón, a Shakespeare o a los artistas del medioevo o del renacimiento. 

"Soy el capitán de un barco que siempre está a punto de naufragar", dice Jack Warner con irreverente humor. Y por estas latitudes muchos trabajadores del arte y la cultura, estoy seguro, suscribirían con deleite las palabras de Jack. En Centroamérica mantener a flote un compromiso con el arte y la cultura no es oficio fácil. Las dificultades para el barco del arte y la cultura siempre están a la orden del día. Especialmente cuando quienes emprenden aquellas tareas son artistas disidentes y críticos del orden establecido. Por supuesto, este no es el caso de los artistas que han vendido su alma a los gobiernos de turno. Ellos siempre reciben buen pago por estar de rodillas quemando el incienso de su talento a los pies de los poderosos. Son los artistas "oficiales", los consentidos, los eternos promovidos por los ministerios oficiales de cultura y educación para cuanto certamen o festival internacional se convoque. La sana disidencia en el arte siempre se paga con la indiferencia de los poderes establecidos. Por eso no es casualidad que teatro la fragua no reciba los reconocimientos oficiales de las autoridades hondureñas. Y eso que se trata de un teatro que ha internacionalizado a la cultura hondureña como ninguna otra institución cultural hondureña lo ha hecho. El origen del maíz, Los cuentos hondureños, son sólo algunas expresiones de la cultura hondureña que la fragua ha presentado a públicos tan diversos como el centroamericano, el norteamericano, o el europeo, en los veinte años de andanzas que tiene el teatro. Pero quizá esa falta de reconocimiento oficial sea el mejor tributo para un teatro preocupado por fomentar de manera artística valores tan apetecidos como la justicia, la solidaridad, y el compromiso con los sectores desposeídos o marginados de la sociedad. 

El huracán Mitch llegó a Honduras a finales de octubre del año 98. Cuando el huracán llegó a El Progreso, Jack y los muchachos del teatro estaban preparando las presentaciones del nacimiento de Jesús. Warner tenía una semana de haber llegado de un congreso de teatristas celebrado en México. Había llegado entusiasmado. Tenía pensado ocupar los meses de la temporada navideña para echar a andar algunos proyectos nuevos: Terminar de adaptar al estilo propio de teatro la fragua un guión sobre la vida de monseñor Romero (a su juicio el mejor guión para teatro que se ha escrito sobre Romero); y tenía en mente montar una cinemateca en el teatro. En México había conseguido una colección bastante completa sobre la historia del cine en sus últimos 100 años. La idea de Jack era adecuar el teatro para entonces exhibir películas. Mostrar a los progreseños que existen otras producciones de cine distintas a las de Hollywood y con actores mejores que Stallone. En la colección venían algunas de las mejores películas producidas en Latinoamérica. Pero la emergencia del huracán postergó aquellos proyectos para otro momento. 

Los dos primeros meses después del Mitch fueron los de mayor actividad y creatividad para toda la familia de teatro la fragua. Dirigidos por Jack, los muchachos de la fragua organizaron a jóvenes de los barrios, les enseñaron los rudimentos básicos de la actuación, y de albergue en albergue fueron presentando pequeñas obras de danza, cuentos, y piezas dramáticas. Chito, otro experimentado actor de las primeras generaciones de jóvenes que comenzaron la fragua en El Progreso, tuvo la ocurrencia de organizar a un grupo de jóvenes para escenificar el relato bíblico en el que Jesús mandaba calmar la tempestad que amenazaba con quitar la vida a los discípulos. Durante ese tiempo de emergencia, los muchachos de la fragua repartieron agua, ayudaron a evacuar damnificados, hicieron censos de daños y pérdidas entre la población, ensayaron las rutinas de la Navidad Nuestra, y montaron la pieza dramática de Noé. El teatro restauró la sonrisa y la esperanza que las correntadas del Mitch quisieron borrar del rostro y del corazón del pueblo progreseño. 

Había toque de queda en El Progreso y en toda Honduras. Después del huracán el gobierno suspendió la libre movilidad de las personas. A las nueve de la noche todos y todas debían estar encerrados en sus casas. Era una medida para evitar que los delincuentes sacaran provecho del caos dejado por las lluvias del huracán. Pero con o sin toque de queda, Jack salía todas las noches a encerrarse, a seguir trabajando en su oficina del teatro. Con diligencia apremiante, el director de la fragua se comunicaba con todas sus amistades en el mundo entero. Correos electrónicos iban y venían a través del Internet y la página Web del teatro. Gracias a ese trabajo realizado por Jack durante muchas noches, bastantes personas en el mundo entero pudieron dar de beber, para decirlo con la bella frase de Shakespeare, "la leche de la humana ternura" convertida en solidaridad a las víctimas del huracán Mitch en El Progreso. Jack metía a la red testimonios de damnificados y damnificadas, artículos de opinión escritos por otros jesuitas. La página electrónica del teatro en la red se convirtió en un referente informativo de gran importancia. En esos días, si Jack se enteraba que tenías algún escrito relatando tu experiencia con el huracán, con los damnificados, o denunciando la corrupción en el manejo de las ayudas humanitarias, inmediatamente te lo pedía, lo ingresaba al Internet, y además te tomaba una foto: ¿Para qué la foto, Jack? "Para que la gente de la red sepa quien es el autor del artículo o del comentario". "Te das cuenta del enorme poder que tiene el Internet", me decía Jack con admiración notable, mientras el disco duro de la computadora del teatro rebalsaba con información de primera mano sobre el huracán, la situación de las víctimas, y el proceso de ayuda humanitaria. 

Noviembre, diciembre y enero, fueron los últimos tres meses que yo estuve en El Progreso. Fueron los últimos tres meses de una cercanía fraterna, repleta de detalles fecundos y creativos con Jack y la tropa de la fragua, que duró dos años. Y mientras mis ojos presenciaban la generosidad y la ternura de Jack y sus muchachos con damnificados y damnificadas, en el silencio triste de mi corazón sonaban la guitarra y la voz de Silvio Rodríguez susurrando aquella canción que dice: 

Si me dijeran «Pide un deseo»,
pediría un rabo de nube.
Que se llevara lo feo
y nos dejara el querube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza,
que cuando escampe aparezca
nuestra esperanza.

Eso es teatro la fragua: Una nube que con sus aguaceros de arte, teatro, y cultura, ha reforestado el corazón sencillo del pueblo hondureño. Una noche de sábado del año pasado (era el final de la temporada de teatro la fragua en El Progreso) durante el intermedio de un concierto de Guillermo Anderson, los niños, adultos, viejos, y jóvenes, que llenaban el teatro, se pusieron de pie y aplaudieron nutridamente, por casi cinco minutos, a Jack y a los muchachos del teatro . Fue un homenaje sencillo y muy emotivo. Los aplausos del público parecían gritar: ¡Muchas gracias Jack Warner¡ ¡Muchas gracias teatro la fragua! ¡Por estos veinte años de compromiso, educando la sensibilidad del pueblo en los valores universales del arte y la cultura! 





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