historia y crítica





Réquiem por el Padre Las Casas:
una praxis confrontativa




Perdéosla a riesgo de vuestra alma. Asisto poco al teatro local (o al de Tegucigalpa), dedicado al drama "light", para entretenimiento de la burguesía o el exhibicionismo de actores y dramaturgos. (¿Quién quiere que lo entretengan?) Pero, cuando teatro la fragua (de El Progreso) anuncia una obra nueva, levanto la cabeza. la fragua representa ya una tradición veinteañera --orgullosamente independiente-- de teatro serio, de grupos que se renuevan y lucen siempre jóvenes bajo la dirección del desde siempre viejo Jack Warner, s. J. (Un hombre de mi generación, con los cabellos blancos y luengos). Hace alarde de su experimentación y modernidad pero siempre es teatro maduro, en pleno dominio de su técnica significante. Teatro humanístico, que quiere comunicar temas importantes y profundos, fraguar conciencia, rescatar valor. Lo que no deja de ser un poquito milagroso, no habiendo auditorio, ocupada la atención del público por tantos otros ardides y reclamos.

Confirma esa apreciación la obra que actualmente ha montado la fragua, un estreno mundial literalmente en las tablas del Museo de San Pedro Sula (queda todavía una función pendiente para este próximo sábado), el "Réquiem por el Padre Las Casas" de Enrique Buenaventura, "uno de los grandes del teatro latinoamericano", nacido en Cali en 1925, reconocido internacionalmente pero comprometido con el trabajo teatral en su ciudad, en donde reside. Y un dramaturgo ciertamente de altos vuelos intelectuales.

Sin alardear de serlo ni esconderlo mucho, la obra es una tragedia, concebida sin embargo en el molde contemporáneo, que retoma el tema histórico de la conquista y la figura de Fray Bartolomé de Las Casas, para plantear el tema eterno del imperativo moral, de los derechos humanos y en particular los de los débiles. Un estudio, como en Eurípides, de la relación entre ley y conciencia. De la naturaleza y el alma humana, su abyección y su potencial grandeza.

Para este fin, la obra se vale de la vida y obra de Las Casas (representado con sacrificio por E. Barahona) en toda su complejidad. ("Réquiem" parte de una investigación seria; la historia colonial es mi especialidad y sólo detecté un par de errores fácticos, que no afectan la interpretación, como confundir a Chiapas con la Tierra de Guerra, que sería más bien Verapaz.) Las Casas asume el liderazgo de la causa --proclamada por los dominicos en La Española en 1511-- del respeto a los derechos indios, no vacila en ejercer el poder que le da su oficio, se encumbra como ideólogo ("Para mí ... la historia es un campo de batalla, es el caballo que cabalgo y la lanza que enristro") y acepta la esclavización de los negros africanos, para facilitar la liberación de sus indios, arrepintiéndose después mil veces.

En la interpretación que hacen el dramaturgo y los actores, Las Casas es un personaje complejo pero de inmensa integridad, confrontacionista aún en el momento de recibir una confesión o las "leyes nuevas" o de renunciar a los indios de repartimiento y al mismo obispado. Se enfrenta a los encomenderos pero también a otros obispos y clérigos, la mayoría de los cuales lo repudian. Es perseguido de la Inquisición y publica sin licencia de la Iglesia. ("¡Bendito invento de tiranos!") Se rehúsa a dejar de ser polémico. A suavizarse al gusto de gobernadores, cortesanos o teólogos, para la conveniencia del sistema. Pero entiende las reglas, respeta al Almirante y al Rey y lleva sus ideas a la praxis. Es un héroe no porque tiene la razón o la proclama, sino porque se atreve a actuar sobre ella, con un sentido y un propósito práctico.(¿Que pensaríamos de él si sólo hubiera escrito?). Lucha en la Corte. Exige una ley nueva. Hace "el lobby" en un régimen que es legalista a morir. Se dispone a trabajar con lo que consigue. Organiza alternativas de colonización. Y se enfrenta en la autoridad que quiere evadir las leyes nuevas. Fracasa una y otra vez, acosado por las intransigencias de indios y españoles. Pero sigue invocando hasta el final la libertad y la ley, la razón de la justicia.

Otros lo calumnian. Faltos de argumentos se contentan con insultar al hombre. Le llaman loco y mentiroso, traidor por supuesto. Como héroe genuino, Las Casas despierta y aviva pasiones; es fácil idolatrizarlo y, como consecuencia, satirizar a sus contrarios. El artista tiene licencia poética que no tenemos los historiadores. En la puesta en escena, Sepúlveda (quien quizá no hubiera sobrevivido sin su víctima) luce como una figura que se desaprovechó, para discutir a profundidad el origen de las antítesis. (Léase a Sepúlveda y se le encontrará brillante en su error profundo y letal). Pero la obra rescata, de manera genial, las muchas voces que revolotean alrededor de su figura principal. Vale por diez lecciones de historia sobre el tema. Las Casas, en todo caso, pierde el debate y gana la historia.

El montaje te mantiene sin intermedios en alerta. Hay una utilización genial de la música, que alterna entre la clásica de W. Byrd (renacentista inglés) y un pastiche de música tropical atribuida a E. González. A pesar de las estrecheces del escenario, ampliado con su industria e ingenio, la compañía hace un despliegue envolvente de danza y movimiento para crear un ambiente efectivamente de tragedia contemporánea, en donde un antiguo coro se desplaza sutilmente atrás de grupos de soldados, inquisidores, etc. (Teatro de primera en un escenario de Tercer Mundo). Y uno sale de la obra purificado y renovado, con un sentido nuevo de la necesidad de pelear, con toda nuestra fuerza y toda nuestra inteligencia, sin hacer concesiones, por un mundo más justo. Paradójicamente, la única mácula en la figura de Las Casas es haber aceptado que le "vendieran el Evangelio, ¡Señor!"

--Rodolfo Pastor Fasquelle
Tiempo, 6 septiembre 2001






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