noticias tlf Vol. xvii #1 Marzo 1996


Una visión liberadora:
Volviendo lo ínvisible visible

Eugene F. Sessa sj




Imagínese una obra entera que dura solo tres minutos, en la cual los actores gritan el diálogo mientras bolsas de papel les tapan la cabeza.

Conciba un elenco que amenaza al público con antorchas ardientes, acercando tanto las llamas a los espectadores que algunos sentados en la primera fila resultan chamuscados.

Trate de ver una bella primera actriz, declamando su texto con gran elegancia, intencionalmente punctuándolo con las notas de una ventosidad audible.

Esto es lo que me esperaba durante mi más reciente visita a Honduras. No es que lo experimenté en una producción del teatro la fragua. De hecho, el teatro estaba en un período de vacaciones y no vi ni una sola presentación en vivo. Más bien, encontré estos excéntricos experimentos teatrales por medio de la extensa biblioteca del teatro la fragua. Estaba haciendo un curso especial con mi compañero jesuita Jack Warner como parte de mi preparación teológica para el sacerdocio. El tema fue "La Historia del Teatro Religioso" y por medio de los libros y mis sesiones con Jack llegué rápido a entender que el término "teatro religioso" comprende mucho más que los autos sacramentales y los misterios de la Edad Media. Incluye también un amplio espectro de intentos hechos por gente en este siglo (unos como los descritos anteriormente) de usar el teatro para crear una experiencia que buscaba liberar a los individuos de las restricciones impuestas por la sociedad y buscaba ponerlos en contacto con ese algo que existe más allá de la percepción sensoria normal. A menudo esto se hacía golpeándole al público para que considerara maneras alternas de pensar y actuar, y animándoles a los espectadores a que participaran en el evento teatral.

Claro está, la extravagancia de unos de los métodos empleados por grupos como el Teatro de la Crueldad en Francia y el Living Theatre en los Estados Unidos para lograr esta libertad y esta visión, aunque quizás necesaria, causó que muchos críticos perdieran la significación de su trabajo. Pero el trabajo de estos movimientos puso los cimientos sobre los cuales está construyéndose el teatro contemporáneo. Y sus ideas han ayudado a moldear el trabajo del teatro la fragua en sus intentos de hacer visible otra realidad al pueblo hondureño. Ahora que el grupo se acerca al final de su segunda década de existencia, sus miembros siguen explorando la potencialidad del teatro para liberar el pensamiento, clarificar la visión y realizar cambio, inspirados por lo que pasó en los teatros experimentales de Europa y los EE.UU. durante todo este siglo.

Llegué a trabajar con el teatro la fragua por primera vez en 1988, cuando se estaban acercando a su décimo aniversario. Al volver todos los años desde entonces he visto - y a veces participado en - varias presentaciones del grupo, tanto en su sede en El Progreso como en otras partes del país. Por supuesto, siempre entendía que pretendían más que pura diversión; pero después de estudiar el trabajo de gente como Antonín Artaud, Jerzy Grotowski y Peter Brook, entendía mucho más claro que antes exactamente que es lo que Jack y la tropa están tratando de lograr.

También entiendo mejor cuanto Honduras necesita del teatro. Puede ser que no se da cuenta de eso, pero lo necesita. No hablo de la clase de teatro que sirve de espejo para que la sociedad se vea, ni siquiera la clase de teatro que reta a la gente a que se superen (aunque las dos clases tienen su propio mérito). Honduras necesita desesperadamente lo que el director inglés Peter Brook, describe como "teatro sacro": un teatro que intenta volver - aunque por vistas fugaces y momentáneas - lo invisible visible.

Seguramente un argumento convincente puede formularse de que el "teatro sacro" es una necesidad para la gente de todos los tiempos y todos los lugares, pero su urgencia parece especialmente fuerte en Honduras, donde mucho de lo que es visible en la vida diaria es muy difícil de mirar. La extensa privación económica y la corrupción gubernamental notoria, constantemente se combinan para dañar el alma y los corazones de la gente, diariamente astillando la esperanza y dejando como huellas una desesperación sofocante. La gente que vive en tales circunstancias tiene que acordarse siempre de que existe otra realidad. Unos han teorizado que el teatro es la única ventana por medio de la cual una persona puede ver esta otra realidad, mientras otros creen que esta otra realidad es sólo creado y que sólo existe en el teatro. Quizás hay algo de verdad en las dos posiciones.

Las presentaciones del teatro la fragua tratan de liberar a la gente para que vean cosas que no han visto previamente. Algo como la literatura apocalíptica de la Biblia, ayudan a los espectadores a imaginar un mundo más pacífico, más productivo y más justo que el mundo que los rodea. Esto es especialmente eficaz cuando algo original e irrepitible pasa entre los actores y el público. Esta "comunión" (terminología de Grotowski) llena el vacío entre individuos, un vacío que con frecuencia conduce al aislamiento y a la desesperación.

¿Cómo se logra esta visión liberadora? ¿Cuales son las herramientas y los dispositivos usados para crear esta experiencia de lo sacro? Son muchos y variados. Uno es el énfasis en ritual y ceremonia, guiándose de las varias formas de ritual que forman parte de la vida diaria. Es un teatro muy físico, centrado en el cuerpo, y así el espacio se vuelve central: a menudo la acción se desarrolla dentro del espacio del público, para ayudarles a involucrarse mejor. El sonido de las palabras - su tono y volumen - son más importantes que su definición literal, y cantos y gemidos que se emplean para comunicar la idea. Los arquetipos, sombras y sueños forman una parte importante de este teatro que abomina el naturalismo (nunca encontrarás una réplica exacta de una sala hondureña construida como escenografía para una obra de tlf; y eso no es porque no pueden afrontar el gasto, sino porque no lo quieren). En vez de eso, alusiones y símbolos, semejantes a los encontrados en la danza primitiva, se buscan y encuentran una expresión.

En la tradición del teatro de vanguardia, la sociedad y todos sus atavíos se ven como el opresor que enmascara todo lo que es genuino y real. Al tratar de desmontar esta opresión, la búequeda de la humanidad que une todos los hombres y mujeres se vuelve el tema común. Las obras no son espectáculos que el público simplemente mira, sino que eventos en los cuales todos - actores y público - participan y se transforman.

Son muchas las maneras que un público puede participar en una presentación e influirla. Unos montajes del tipo experimental han intentado forzar a los miembros del público a que suban al escenario para volverse actores; pero esto no es su papel y seguramente no es el estilo de teatro la fragua. Pero el público es esencial a lo que ocurre en el teatro y puede afectar una presentación sin salir de sus asientos. Risas tumultuosas, risitas ahogadas, un boqueo de sorpresa, o un silencio profundo son todos una forma de comunicación y participación que dejan su huella en lo que pasa en una presentación. Con menos experiencia del teatro en vivo que sus contrapartes en otros paises, el público hondureño trae menos presupuestos de lo que debe ser el teatro, y la mayoría de los públicos están dispuestos - inclusive deseosos - a entrar en el evento y a formar parte de ello.

La habilidad de crear esta clase de experiencia interactiva es lo que distingue el teatro. Es algo que el cine y la televisión jamás pueden lograr. Por supuesto, exige mucho trabajo duro para combinar expertamente todos los elementos para que pueda pasar este evento transformativo, y aún así depende mucho de las actitudes que traen el público. Pero el hecho de que este teatro puede conducir a la gente a que experimenten algo más allá de ellos mismos - aún ultramundano - coloca este teatro en la categoría de lo "sacro". De veras, lo que pasa aquí es sagrado.

Que sepa yo, no existen planes en tlf para comenzar a incendiar a los espectadores y los actores son demasiado guapos para esconderse las caras debajo de bolsas de papel. Y aunque un malestar estomacal puede interrumpir un ensayo de vez en cuando, no puedo imaginar que la flatulencia forzada se vuelva un elemento normal de las producciones de tlf. Sin embargo, las ideas y el espíritu de los que experimentaban (si bien de maneras bastante raras) con el teatro, para volver lo invisible visible, quedan como el eje de lo que mis amigos del teatro la fragua siguen dedicándose a tratar de lograr.



Francisco Sessa sj es jesuita de la provincia de Nueva Orleans, que actualmente está en su tercer año de estudios de teología en Berkeley, California. Volverá a Honduras en agosto para una residencia de cinco meses con el teatro la fragua.







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