noticias tlf Vol. xvii #3 Septiembre 1996



Cinco Siglos de Historia





Don Fernán Gómez murió en Fuenteovejuna, aldea de Córdoba, en el año de 1476. Fuenteovejuna le dió la muerte y a la vez les dió a los dos la inmortalidad: si no fuera por ese hecho de sangre, Fuenteovejuna habría sido una aldejuela española más y Fernán Gómez se hubiera perdido entre las carcomidas páginas de cualquier libraco municipal. Pero no sucedió así porque Fuenteovejuna le ganó a Fernán Gómez un puesto en la historia castellana. La muerte de este caballero no sólo proporcionó cabal justicia a un pueblo de rústicos sino que también hizo que ese pueblo se diera cuenta de su propia capacidad, de lo omnipotente de su fuerza ante la gratuita violencia que por tanto tiempo había soportado.

Los aldeanos de Fuenteovejuna se rebelaron contra el despótico comendador, Fernán Gómez de Guzmán, y lo mataron en un motín de que formaron parte hasta las mujeres. El pueblo entero se puso de acuerdo sobre como iban a defenderse frente a las autoridades:

ESTEBAN: Concertaos todos a una en lo que habéis de decir.

FRONDOSO: ¿Qué es tu consejo?

ESTEBAN: Morir diciendo Fuente Ovejuna. Fuente Ovejuna lo ha hecho.

Y el juez que mandó el Rey Fernando para averiguar quien había matado al comenda-dor y castigar a los culpables tenía que reportar que no podía descubrir nada, porque conformes a una, responden: "Fuente Ovejuna".

Aquella cáfila de hombres y mujeres, que Don Fernán Gómez imaginaba sin honor y sin valentía, llegó a su propio palacio para cobrarse al contado todas las deudas. Debe haberse arrepentido de haber asaltado a Fuenteovejuna desde ocho años atrás, de haber flagelado a tantos aldeanos, de haberles usado a sus hijas y sus mujeres como si fueran reses. El comendador debe haberse arrepentido muy de veras, con el corazón literalmente en la mano: el pecho de Don Fernán Gómez recibió más estocadas de las que se pudieron contar. Las mujeres por él deshonradas lo decapitaron y pusieron su cabeza en la punta de una lanza. Y ninguno de sus complacientes ayudantes, ninguno de los de su ejército pudo hacer nada para impedirlo.

En la ciudad de Toledo en 1572, Don Francisco Rades de Andrada publicó su Chrónica de las tres órdenes de Cauallerías de Santiago, Calatrava y Alcántara, un tomo que leyó Don Félix Lope de Vega, quien decidió escribir la desventura de los fuenteovejunos. Y así nació en 1618 la obra más importante del teatro español, el Hamlet del otro lado del Canal de La Mancha: Fuenteovejuna, obra que cede lugar sólo a Don Quijote en toda la literatura hispana.

La obra de Lope de Vega es, más que un dato histórico, una lección de historia que nos ilumina la diferencia entre la ley y la justicia. Allí donde haya injusticia se estará gestando siempre una cosecha de Fuenteovejunas; la plaga de Fuenteovejunas sólo dejará de crecer en la medida en que la dignidad y la justicia de los pueblos sean elementos fundamenestales en la implementación de la ley. La rebelión de los aldeanos de Fuenteovejuna y su heroísmo plantean conflictos característicos del mundo actual. "El pueblo unido jamás será vencido".

En abril de 1996 los actores del teatro la fragua participaron en un taller de teatro clásico español impartido por la compañía madrileña Mico-micón. En mayo, aprovechando lo aprendido en el taller, montaron una versión escolar (una síntesis de una media hora) de Fuenteovejuna, que en junio iban presentando para públicos de colegios como una introducción al teatro clásico.

Y por mientras, en una finca bananera al otro lado del Valle de Sula:

La tarde del domingo 4 de febrero, 1996, a unos 15 minutos en carro de la sede del teatro la fragua en El Progreso, los 461 habitantes del campo bananero de Tacamiche, vigilados por militares, iniciaron el recorrido para abandonar el campamento en el que habitaron durante tres generaciones. Entre lágrimas, gritos y otras manifestaciones de dolor, los tacamiches, cargando cajas, colchones y las pocas pertenencias que les quedaban, rechazaron los camiones ofrecidos por los militares y eligieron caminar por la senda lodosa que los apartaría para siempre de sus antiguos hogares. "Tierra, te amo," gritó con todas sus fuerzas Wilfredo Cabrera, besando por última vez la tierra en que nació y vivió toda la vida. "Esto es una deportación forzosa e ilegal bajo un régimen despiadado."

Así fue el dramático desenlace de un conflicto que empezó en junio de 1994, cuando el sindicato de trabajadores de la bananera estadounidense Tela Railroad Company, subsidiaria de Chiquita Brands, inició una huelga contra la empresa. (Desde 1987, según The New York Times, el sueldo mínimo de los trabajadores bananeros "ha bajado de lo equilavente a $8 por día a menos de $3 por día".)

En represalia, "las familias de Tacamiche recibieron cartas anunciando el 'cierre y abandono final' de las tierras dónde habían vivido y trabajado toda la vida. Muchas familias habitaban aquí desde los años 20, una década antes de que el gobierno cedió a la United Fruit Company el título de más de 3,000 acres por $1; el orden de desalojo causó susto y miedo." Durante muchos años Tela ha venido cerrando fincas y vendiéndolas a testaferros (muchas veces executivos de la compañía), "una estrategia progresiva con el fin de debilitar el sindicato" (NYT, 22/07/96). Los tacamiches fueron los primeros en resistir reciamente a esta política perversa: decidieron no abandonar el lugar y demandaron que se les concedieran no sólo las 40 hectáreas del campamento sino también otros terrenos cercanos para sus cultivos.

Doblegándose a la presión de la compañía frutera y la Embajada de EE.UU., el gobierno del presidente Carlos Reina se negó a negociar con los tacamiches, siempre insistiendo en que abandonaran el campamento. El gobierno justificó sus acciones diciendo que estaba consolidando la "seguridad jurídica" para la inversión extranjera. Radio Progreso, emisora de los jesuitas, condenó la posición del gobierno, alegando que "la doctrina de 'seguridad jurídica' ha llegado a reemplazar a la anticuada doctrina de 'seguridad nacional', pero las víctimas de ambas siguen siendo los pobres."

En julio de 1995 el gobierno mandó uncontingente de 500 efectivos militares y delincuentes callejeros que usaron bombas lacrimógenas, fusiles y bates de béisbol (obsequiados por la bananera) en contra de los habitantes, quienes respondieron con piedras lanzadas con hondas. ("David escogió cinco piedras lisas del arroyo, las metió en la bolsa, y con su honda en la mano se acercó a Goliat.") Después de varias horas de lucha (televisada en vivo y a todo color), los tacamiches lograron un acuerdo que les permitiera permanecer unos meses más en el campamento, pero el gobierno nunca varió en su demanda de que abandonaran la tierra.

Después de varios meses relativamente tranquilos, pero sin ningún avance en las negociaciones, el gobierno volvió al uso de la fuerza. El 1 de febrero un fuerte contingente de soldados y policías asaltó el campo al amanecer. Los habitantes se refugiaron en dos iglesias de la comunidad. Con todos los ojos de los medios puestos en Tacamiche, los militares se limitaron a flexionar los músculos para las cámeras sin usar la violencia directa contra los habitantes; éstos tampoco pu- sieron resistencia a la invasión masiva.

Con los habitantes refugiados en las iglesias y los militares patrullando el campamento, la bananera mandó maquinaria pesada para arrasar con los cultivos sembrados por los tacamiches. Los militares sacaron todos los muebles y enseres de la gente y los cargaron en camiones (destino todavía desconocido). Ese mismo día llegaron unos 300 trabajadores contratados por la compañía para desmantelar los 100 barracones de madera que habían albergado a los tacamiches durante 60 años. En tres días lo que había sido una comunidad vivaz y luchadora fue reducida a una mancha amarilla en medio del valle verde. Radio Progreso comentó que "en los años 80 el gobierno y los militares se especializaron en desaparecer personas. Ahora en los 90 se especializan en desaparecer comunidades enteras".

Según Marcelino Martínez, del Comité para la Defensa de los Derechos Humanos de Honduras, toda la actuación del gobierno en Tacamiche fue completamente alejada de la ley. "Este es el momento en que Honduras se ha apartado del derecho y la justicia para dar lugar al ejercicio crudo y deshumanizado del poder. No se puede seguir alegando seguridad jurídica ni estado de derecho, porque en el caso de Tacamiche no se cumplió con lo ordenado por el juez, sino que se cumplió con lo ordenado por la transnacional. Una vez más hemos demostrado a nivel internacional que este país sigue siendo la república de "la banana", la república propiedad de 'la Company'. El dólar sigue siendo el oriente a seguir, no los derechos humanos, no el estado de derecho, no la negociación ni la justicia."

Desterrados de su tierra natal, los tacamiches se encuentran albergados ahora en un edificio vacío, prestado por el patronato de una colonia de trabajadores bananeros. Viven acampados como refugiados en su propio país, unidos en sus demandas que el gobierno y la transnacional cumplan con sus promesas (que después de siete meses siguen sin cumplir). No saben a dónde ir, pero siguen firmes en su determinación de no claudicar.

Desilusionados por el trato que recibieron a manos de los medios comerciales, formaron un grupo de teatro comunidad para explicar su situación por un medio que ellos mismos pueden controlar. Montaron una obra, Tacamiche: Símbolo de Resistencia, contando la historia de su lucha. El 29 de junio de 1996 teatro la fragua presentó Fuenteovejuna en el salón dónde están refugiados los tacamiches. El Teatro Taller Tacamiche presentó Tacamiche: Símbolo de Resistencia. Quedamos muy impresionados con la calidad teatral de su obra: además de la pasión de una experiencia vivida en carne y hueso, tenía una acción clara y una estructura dramática bien definida para comunicar esa pasión.

Los actores de la fragua comenzaron un entrenamiento intensivo con los actores de Tacamiche. Desde entonces, estamos trabajando juntos, ofreciendo las dos obras como un sólo espectáculo; el resultado es uno de los programas teatrales más interesantes que teatro la fragua jamás ha producido. Miles de jóvenes hondureños han experimentado una introducción al teatro clásico en la que resalta la aplicabilidad a su propia situación. Han escuchado directamente la misma voz resonar a través de cinco siglos, a través de dos hemisferios, a través de dos culturas muy distintas. El grito de la justicia reverbera en los rincones más oscuros y aislados.

¿Quién mató al comendador?
¡Fuenteovejuna, Señor!

"Los tacamiches jamás, jamás fuimos vencidos. Los tacamiches fuimos vendidos a los intereses de la transnacional bananera. Tacamiche seguirá siempre vivo. Tacamiche unido jamás será vencido."


(Con muchas gracias a Juan Ramón Saravia y a Chepe Owens sj por sus escritos sobre las respectivas historias.)







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