noticias tlf Vol. xviii #3 Septiembre 1997



Entradas & Salidas




[Mavis Delgado y su esposo Juan Llompart son Cubanos; están encargados de la nueva sucursal del teatro la fragua en Tocoa.]

[M:]...Oaxaca. Al llegar nos pareció que estabamos participando del milagro de la reencarnación. Juan y yo coincidimos en que la época que se respira en ese pueblo había sido alguna vez la nuestra: calles de adoquines, faroles erguidos, olor a carruajes. Oaxaca es una ciudad mágica.

La primera presentación fue un desastre. Un escenario en la calle al lado de la Iglesia Santo Domingo. Probamos el espacio al mediodía y decidimos hacer sólo dos piezas; el escenario era demasiado peligroso para la acrobacia de las otras dos. Llovía toda la tarde. Volvimos al anochecer y descubrimos que habían pintado el escenario; la lluvia convirtió la pintura en un fango gris. Trapeamos y secamos, pero ya estaba oscuro y no había sol para terminar de secarlo. Presentamos El Origen del Maíz e incluso su movimiento sencillo era demasiado.

[M:] Los actores patinaban. Por temor a que alguno de los muchachos se lastimara suspendimos lo demás. Pero el público quedó agradecido. Se nos acercó un Indio algo mayor; nos pidió que fuéramos a su aldea. "Y deben de presentarse en todas las aldeas de la zona. Nos hace falta: todos los jóvenes están saliendo de las aldeas para la ciudad. Sólo una cosa como ésta puede reanimar a la juventud a que amen y trabajen la tierra."

Después de Comitán la carretera empieza a bajar a lo que los Chiapeños llaman "la selva." Nos han dicho que ésta es la zona donde están concentrados los Zapatistas, pero no vemos señas de ellos en la carretera. (Supungo que estaba esperando algo como el viaje típico a El Salvador en los años 80, cuando te paraban un pelotón de soldados en un punto, después unos kilometres más allá, un grupo de guerrilleros, entonces...).

[M:] En ese momento experimenté como nunca antes que teatro la fragua está conectado de corazón a corazón con las gentes más carentes y sensibles. Finalmente nos abrazó a todos y nos prometió unas mazorcas de maíz "para que no tengan que imaginárselos." En cualquier lugar de México donde esté, reciba un apretón de mano, nuestro inolvidable agricultor. teatro la fragua se nutre gracias a personas como usted.

Pedro: "Esta ruta sería mucho mejor que la otra para venir mojado."

Al día siguiente, domingo, presentación al aire libre en una grama excelente para la acrobacia en la Ciudad de las Canteras, un parque muy bonito que es el enfoque de la vida familiar dominical del pueblo oaxaqueño. Por un momento yo reparé desde la guitarra en los ojos de un niño indio; fueron de un brillo exagerado. Aquél no sólo se divertía; pues parecía un crítico de teatro en miniatura por su porte y atuendos. Después habló mucho con Jack.

Luis tiene 10 años; su familia llega a la ciudad los domingos para vender productos en el mercado. "¿Cuándo van a volver para que todos mis amigos puedan verlo? ¿Cuándo pueden llegar a mi aldea?" Pero su curiosidad está más picada por la manera rara de hablar de los hondureños: "¿De dónde son? ¿Qué idioma hablan?"

[M:] Viéndolo entre nosotros, hablando con Jack, me fijé por primera vez en la ropa que llevaba: mis ojos se me humedecían, porque la ropa proclamaba claramente que no iba a llegar a ser crítico de teatro; probablemente jamás podrá llegar a terminar su primaria.

Según el mapa la frontera está a 850 metros. El puesto fronterizo nos brinda nuestra última aventura con la burocracia mexicana, y la última de una larga serie de mordidas. (El teclado otra vez.)

[M:] Al día siguiente nos despedimos temprano en la mañana de nuestros anfitriones en Oaxaca, Roberto Villaseñor y Rocío de la Roca (ya inscritos en nuestros archivos de gente inolvidable) y salimos para Puebla, en busca de nuestro real objetivo, el Congreso de la Federación Internacional de Investigación Teatral, en la Universidad de las Américas. Nadie es capaz de imaginar que carrera de obstáculos había sido para nosotros el llegar allá: saltar papeles, burós, secretarias. En fin, llegamos.

Las montañas al entrar en Guatemala son muy distintas a las montañas de Chiapas; más bajas y calientes, sin los pinos pero también espectaculares de otra manera, subiendo en fuertes formaciones rocosas desde el cañón que sigue la carretera. Esto todavía es territorio Maya, pero la gente tiene un aspecto distinto a los Mayas de Chiapas. La carretera está bastante peor; tramos sin pavimento, derrumbes de piedras en las curvas.

[M:] Al adentrarnos en toda aquella majestuosidad del lugar yo me sentí muy rara. Inconscientemente iba corrigiendo la postura o el cabello; algo me tenía realmente incómoda. Pues la mayoría de los presentes tenían un andar demasiado estudiado, y se perdían entre los grandes chalecos y aparatosos tacones y aretes. Claramente tendríamos el público más exigente que yo haya podido conocer.

La manera de vestir es distinta, diseños distintos respondiendo al clima más caliente. Sólo las mujeres usan la ropa típica; los hombres están todos vestidos al estilo "occidental". Unos 20 kilometros adentro las montañas se vuelven más suaves y vuelven los pinos, aunque menos que en Chiapas. La carretera se vuelve peor -- muchos deslaves. Pasamos un puesto de aduana sin que nos detengan.

[M:] Llegó esa noche. Afortunadamente el espacio resultó como anillo al dedo y los muchachos se sintieron muy a gusto con los técnicos. Yo estaba toda fría y sudorosa; la gente que entraba estaban todos fríos, pero no por la misma razón. Yo los veía como grandísimas murallas y hasta látigos podía ver en sus manos. Afinamos los instrumentos. Jack dijo algo en inglés al público a modo de introducción. Comenzamos.

Subimos y salimos del cañon y pasamos el desvío a Huehuetenango sin entrar. Las montañas se vuelven mucho más suaves. Subimos de nuevo. Hay más pinos y está mucho más fresco. Seguimos subiendo. Una luz en el tablero se prende: el tanque está casi vacío. Cerca de la cima pedimos un galón de diesel de un camión para poder llegar a la gasolinera siguiente.

[M:] Los actores salen, se presentan: "Les traemos Honduras, sus cantos, sus llantos..." Nada. La gente muy fría. Una mujer en la primera fila se cubre con mucho cuidado la boca y la nariz. Primera pieza: los muchachos cantan, bailan, actúan. La gente sólo espera el primer error. Segunda pieza: por fin, por fin, comenzó el público a moverse, aplausos. Yo canto, una canción de Silvio Rodríguez. Todos aplaudieron. Respiré. El Origen del Maíz: risas, ojos brillantes, aplausos, aplausos. Tío Coyote: la señora enmascarada está bailando y dando palmadas. Palmadas al son de la música, serios académicos riéndose a carcarjadas, aplausos, aplausos y así hasta el fin de la presentación. Ahora sí, Honduras, sus cantos, sus llantos, entramos en el corazón de las gentes. Yo comenzé a llorar. Sentí algo muy parecido a la gran satisfacción que provoca el alumbramiento de un hijo.

La vista está bellísima desde la cima. Excepto que todavía no es la cima. Volvemos a subir. En cada punto que parece ser la cima, la vista es cada vez más espectacular. Llenamos el tanque (Pologua, según el rótulo de un bus) y paramos en un comedor. Mientras esperamos, los actores juegan fútbol con unos niños indios en la calle. Los niños quieren que les saquemos fotos; las mujeres y las niñas huyen de la cámara.

[M:] La gente se acercó, nos felicitaba, nos abrazaba. Un jesuita amigo de Jack me abrazó y me abrazó otra vez. "Cantas lindo, todo qué grandioso", dijo en su mal español. "Irán a los Estados, irán." Todo fue increíblemente emocionante, para los nuevos de la fragua, actores con apenas unos meses en el teatro, la gente preguntaba y afirmaban que llevaban mucho tiempo actuando.

Bajamos un poco a Cuatro Caminos y volvemos a subir. Un volcán aparece en la distancia, al otro lado de un valle extenso; según el mapa, será Cuxliquel. Javier está manejando; se detiene para sacar una foto. Volvemos a subir.

[M:] Ya quedamos solos con los muchachos, con frío en la oscuridad, en una área verde de aquella universidad. Caía una llovizna. Jack, como siempre, calmado, su pierna super cruzada, un cigarro; pero de pronto con una voz entrecortada, dijo "Mi amigo el jesuita (él de los abrazos) me dijo en inglés que lo habíamos hecho sentir muy orgulloso de ser jesuita esta noche." Jack, no lo hice aquel día, no sé, me quedé congelada, pero yo sentí ganas, muchas ganas, de abrazarte y darte un beso muy largo.

Estamos en el corazón del territorio Maya. La influencia de los valores culturales tradicionales es obvia en lo que se ve del "diseño" de los campos cultivados: todo bien ordenado, las casas esparcidas regularmente en el contorno. En la mera cima (por fin) hay una cantera muy fea.

[M:] Desde la oscuridad salió Mónica, una periodista de La Jornada que atiende teatro, y que estaba cubriendo el congreso. Nos brindó su casa en el D.F.; aprovechabamos y unos días después fuímos a ser sus huespedes en un apartamento lindo y modesto. Dormimos como buenos hermanos, regados por el piso, y nos hicimos amigos de sus dos gatos, Dalí y Chagall. Mónica Mateos entró para siempre a nuestro archivo de buenos recuerdos.

La primera cuña continental de T.V.: Entramos el D.F. rumbo al Centro Nacional de las Artes. Pasa lo esperado: la policía nos detiene. Placas extranjeras. Pasa lo inesperado: llega corriendo un equipo de televisión: reporteros de Televisa, buscando material para un reportaje sobre la corrupción policial. ¿Tengo que elaborar los detalles de qué es lo que pasa a un grupo de actores cuando les enfoca una cámara? Para las cámaras, los polis prenden sus luces y sirenas, y nos conducen un par de cuadras. Unas tres cuadras más allá, otro policía nos detiene. Acabo de comenzar la rutina cuando los muchachos gritan -- el equipo de Televisa nos había seguido. Luces. Cámara. Acción. Acto II. El equipo de Televisa nos acompaña al Centro Nacional de las Artes.

[M:] La casa de Mónica en el Distrito nos dio la oportunidad de estrechar más los lazos con Gabriel Negrete (también apuntado en letra grande en el archivo), un joven teatrista del Centro Nacional de las Artes. En sus manos quedó resuelta una presentación allá, y gracias a él nos lanzamos por vez primera en El Gran Distrito Federal.

El CNA está en el complejo que era Estudios Churubusco, donde se filmaron las películas de la época de oro del cine mexicano, antes de que Hollywood se tragara el mercado mundial. Los Estudios Churubusco ocupan todavía una parte del complejo, pero la mayoría del espacio se dedica a las escuelas nacionales de arte, teatro, danza y música. Es un complejo bellísimo, típico de las contradicciones que se ven en todas partes de México: la cara primer-mundista, comparable a la Quinta Avenida o la Avenida Michigan o la Champs Elysée, frente a la cara tercer-mundista, con frecuencia una cara indígena de otro idioma y cultura.

[M:] Entre el público en el CNA había muchachos de la escuela de teatro que se estaban graduando de licenciados en teatro. Sus risas, sus aplausos, sus felicitaciones yo los sentí en el mero corazón; como recién graduada pude establecer una especie de hermandad y ellos nos estrecharon las manos muy en serio. Me acordé cuando hace cinco años atrás yo también estrechaba las manos de alguna tropa que actuaba para nosotros.

Hay una bajada fuerte al pueblo de Nauhualá. Subiendo para salir de ese valle pasamos un carro de policías, que me recuerda que no hemos visto casi nada de militares o policías por aquí.

[M:] Los de la fragua no tienen licenciaturas y todos estos futuros titulados se han quedado boquiabiertos. No hay duda que la fragua es la escuela, es la institución soñada por cualquiera de nosotros, los graduados, los que desean ser teatristas. Yo soy graduada del Instituto Superior del Arte de La Habana. ¡Soy toda una profesional! Pero ante la fragua apenas soy una estudiante, apenas estoy principiando.

Los bosques de pino en esta zona están mucho más densos. Pasamos el desvío al Lago Atitlán y decidimos que aunque ya está atardeciendo, vale la pena seguir para pasar la noche en la Capital -- así el día de mañana será mucho más fácil.

[M:] Un equipo de T.V. Azteca hizo una larga entrevista a Jack y a algunos de los actores. Nos contaron después que la pasaron en todo el continente.

Cuando salimos del teatro esa noche estaba "cenizando": una fina capa de ceniza volcánica ya tapaba todo. De regreso al apartamento me quedé un rato afuera en el balcón con Javier, escuchando la ciudad y la cenizada delicada.

[M:] Vamos para San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Yo sentía desde la salida del D.F. la atmósfera bien densa. ¿Porque la ceniza del volcán se habían esparcido por toda la gran ciudad? Yo estaba como dormida y despierta, como soñando y actuando. De pronto unas luces. Los muchachos invadieron las calles, unos a la izquierda, otros a la derecha, hasta que encontraron un hotel muy modesto. Allí pasamos hasta las tres de la mañana. Un amigo del dueño del hotel se brindó para manejar un tramo. Yo comenzé a entretejer historias en mi mente: ¿y si es un ladrón, y si es del ejército, llevará drogas? Entrando los primeros rayos de sol me di cuenta que nos habían parado algunos policías. Aquel hombre se llamaba Miguel Antonio pero él dijo a varios de estos grupos "Yo soy Domingo y llevo a este grupo de actores hondureños hasta San Cristóbal." Pero él no se llamaba Domingo. Aún no he podido ordenar aquellos recuerdos en que era sueño-realidad-surrealismo.

Bajamos a Guatemala y salimos en una zona desde donde podemos ubicarnos y logro navegar (con la ayuda del mapa) a la zona de los hoteles de mochileros. El hotel donde nos habíamos quedado en la ida está lleno, pero el muchacho nos trata como viejos clientes y nos lleva a otro (mejor) del mismo dueño al mismo precio.

[M:] Subiendo, subiendo, subiendo. ¡Dios mío! ¡San Cristóbal sí está en el cielo! Todo pasaba inclinado, comienza como jugando con nosotros un friecillo. Cerramos ventanas un poquito, después otro poquito. De pronto entre verde vimos algo rojo fosforescente moviéndose. Otra vez, y otra. ¡Son Indios! ¡Son Indios! Viera ese niño, y las trenzas de aquella, qué lindos, Dios, qué lindos. Por primera vez en mi vida las portadas de los libros sobre Indios cobraban vida delante de mí. Ellos no caminaban, corrían cerro arriba, corrían cerro abajo, pero no en un contexto agitado, todo es muy apacible.

Vamos a buscar donde cenar algo y descubrimos que esta cuadra es un centro de transvestís. Resulta que uno de ellos es un muchacho del barrio de Pedro y Yuma, y que está supuestamente mojado en los Estados.

[M:] Entramos a la ciudad. Todos allí son pequeñísimos y sus ropas en tonos brillantes, trenzas ellas, sandalias de cuero. Aquello parece una ciudad de hormigas, no porque son pequeños sino porque todo está bien organizado. Respiré. No tendríamos que enfrentar a la burocracia, ni a sofisticaciones, estabamos en casa. Cristóbal, amigo desde la Universidad de Puebla, nos llevó a comer algo, luego inmediatamente después de nuevo a subir, subir, teníamos presentación en una aldea.

Ya el frío no es juguetón; al querer afinar mi guitarra ésta estaba tensa, mis dedos más tensos, no podía moverlos y me dolían. Los actores calentaron hasta los pelos. Comienza la función entre palabras de introducción en español y otras en Maya. Pero ¿Qué es esto? ¡Una nube, una nube viene para acá! Venía bajando una nube y se caló en el escenario. En el avión había querido salir de esa máquina de hierro y caminar por el colchón de algodón. Y en ese instante lo tenía ahí, pasando entre mis ropas, mis dedos, mis cuerdas y no pude hacer más que sonreír y creer morirme de frío.

Después de una cena de chop-suey en un restaurante chino, la policía nos para en la calle y nos registran todos. Sí, de nuevo estamos en casa, en Centroamérica.







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