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Vol. xx #2

Junio 1999




Charo sin Título





Soy Charo Revilla, una actriz española, que en dos días decidí viajar a Honduras y en tres, pisaba suelo hondureño. Desde España me puse en contacto con el padre Jack Warner y él, aún sin conocerme, accedió a que yo me uniera al teatro la fragua, (muestra de confianza que le agradeceré siempre).

Pasé seis semanas en El Progreso con teatro la fragua y tengo los ojos inundados de imágenes bellas y el corazón rebosante de sentimientos encontrados. ¿Estará pagando Honduras por su rotunda belleza?

Estos muchachos - actores, con Jack Warner y Edy Barahona a la cabeza - son la causa de increíbles transformaciones en adultos, jóvenes y niños. En sus talleres, consiguen que jóvenes casi niños, dramaticen la palabra de Dios en dos o tres días.

Después de un difícil viaje de cuatro horas, donde pude apreciar los estragos realizados por el conocido Mitch, recuerdo mi llegada al taller en Sulaco, una aldea encantadora al sureste de Progreso, con un magnífico paisaje de montaña y un bravísimo río (por cuya corriente casi fuí arrastrada): sus vacas, sus toros, sus cerdos correteando libremente, sus niños descalzos acercándose a mirar con curiosidad a esa "gringa" que llegaba, las mujeres con la cara curtida pero con un brillo peculiar en sus ojos; y como no, los varones que piropeaban a todas y cada una de las muchachas que veían.

Al taller asistían cincuenta jóvenes de otras pequeñas aldeas. En el primer encuentro yo me asusté, ¿y con ellos pensábamos hacer teatro en tres días?, ¿ellos eran los actores que el domingo representarían la Pasión en la iglesia? Apenas hablaban, no se les oía ni se les entendía cuando decían sus nombres, y todos querían pasar desapercibidos.

Los actores de la fragua, rápidamente se pusieron en marcha, les hablaron del mucho trabajo que tendrían que realizar, y les aconsejaron que olvidasen su vergüenza para poder avanzar rápidamente. Los días transcurrieron veloces entre alguna clase teórica, ejercicios físicos, de voz, de canto y por supuesto los ensayos. Yo estaba admirada de la evolución que esos jóvenes estaban experimentando. Nunca nadie antes les había hecho ser conscientes de que tenían una voz para hacerse oír, una concentración para crear, un cuerpo con el que realizar bellísimas imágenes y un ser para ser entregado, compartir y recibir cariño y alabanzas.

Debo admitir que el domingo cuando ellos se vistieron con su ropa más bonita y entraron a la iglesia para la actuación, yo estaba más nerviosa y emocionada que todos ellos.

Pero su trabajo no terminaba ahí, porque ellos después, en sus respectivas aldeas, representarían de nuevo, esa historia que después de 2000 años, aún sigue haciendonos ir más de prisa el corazón. A su vez, de esos grupos, saldría algún nuevo director que se encargaría de seguir haciendo teatro con los jóvenes de esas aldeas a las que difícilmente les llegaría el teatro de otra manera.

No estuve presente en los días después del Mitch, pero soy consciente de la valiosa labor que siguen haciendo los muchachos de la fragua en los albergues y las escuelas.

Algunos días, cuando este clima tropical era más inclemente que nunca, nos sentíamos más bajos de energía y con poco ánimo para enfrentarnos a los niños que sabíamos nos esperaban ansiosos; llegábamos con ropas llenas de color, unos cuantos sombreros, una guitarra, panderetas y un tambor.

Un montón de niños emocionados nos rodeaban, "el teatro, el teatro"; y era en ese momento cuando en nosotros algo cambiaba, nos olvidábamos del calor y de la pereza, y nos entregábamos en forma de canciones y cuentos a esos niños cuyas caritas se iluminaban con las canciones; con las risas, sus cuerpecitos se estremecían, y con los cuentos, sus corazones se han echo un poquito mas grandes.

En Semana Santa estábamos de gira acercando la palabra de Dios a todo el que quisiera escucharla, a través de la dramatización de "La Pasión de Jesús", un montaje lleno de música, canto y magníficos cuadros vivientes que acercan al espectador a artistas como Miguel Ángel, Velázquez, Rembrant o Leonardo. Yo me estremecía cuando en algunas de las iglesias donde lo representábamos, el público comenzaba a aplaudir en alguna escena concreta. ¿Sentirían también ellos, lo que yo sentía?.

Y se preguntarán ustedes cómo se logra todo esto. Pues bien, yo creo que se debe a la sabiduría, paciencia y coordinación del padre Jack y Edy; y al enorme trabajo y esfuerzo de los actores. Los muchachos se ayudan entre ellos y crecen juntos, actoral y humanamente. Los de más experiencia, acompañan en el difícil camino de la comunicación con el público, a los mas jóvenes. Comparten ocho o más horas de trabajo diario, donde se alternan los ensayos, con una completa formación actoral que abarca desde la voz y el canto hasta el más puro ejercicio físico, pasando por clases de ballet y danza contemporánea.

No son economistas, ni médicos, ni abogados; son tan sólo muchachos llenos de energía que tan sólo quieren dar a su pueblo, esperanza y ganas de vivir.

Para terminar esta carta, sólo me resta decir, que me voy de Honduras muy triste, porque aquí he encontrado una familia magnífica que me ha tratado como a uno más de ellos, y una compañía de teatro de la que he aprendido muchísimas cosas, en la que he crecido como persona y a la que difícilmente olvidaré.

Gracias.







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