noticias tlf

Vol. xx #3

Septiembre 1999




Los Paneles Ausentes





Cualquier vez que llego a una ciudad nueva, una de las primeras cosas que me gusta hacer es visitar las iglesias. Especialmente en Centroamérica, puesto que las iglesias están en el corazón de la ciudad, y están llenas de imágenes de fe desconocidas para mi. Y así fue que mi primer día en El Progreso me dirigí a la parroquia céntrica de Las Mercedes. Es una iglesia algo nueva, amplia, paredes blancas sin adorno, con bancas formando un arco hacia el altar. Al atravesar el umbral por la entrada de grandes puertas dobles, me llamó la atención un chispazo de colores en la pared opuesta, atrás del altar. Dos juegos de vitrales se extienden del piso al techo alto: doce paneles en total retratan cuatro escenas evangélicas. Siena rojiza se derrite paulatinamente en castaño-tierra y amarillo-banano, matizando las escenas cristológicas al son del contexto de este quemante clima tropical.

Izquierda arriba, un ángel aletea sobre María: la anunciación. Abajo, el niño Jesús duerme en el heno: la navidad. Derecha abajo, Cristo pende de la cruz: la crucifixión. Derecha arriba. . . Espera, ¿qué pasa? Falta algo. Los tres paneles de arriba están vacíos...vidrio transparente. ¿Dónde está la última escena? ¡¿¡No hay resurrección!?! Mis ojos buscan rápido a la izquierda, a la derecha, arriba, abajo, buscando en vano la escena ausente. Atragantándome, empiezo a sentirme molesto, defraudado por la omisión; el peso del símbolo me oprime. ¿Puede ser que este vidrio claro es más que pura coincidencia? ¿Es éste un pueblo crucificado? ¿Un pueblo que vive y muere tan firmemente clavado a la cruz que sería presuntuoso celebrar la resurrección? ¿Una sociedad que no puede o no quiere expresar la esperanza de la resurrección?

Al comenzar mis seis semanas en Honduras, estas preguntas y esa imagen ausente se mantenían vivas. A pesar del tiempo limitado (y mi español limitado) sentía la resaca del subdesarrollo y del desastre natural que hunde este pueblo. Millones de dólares y ayuda han entrado en Honduras después del Mitch, pero no he visto puentes nuevos, carreteras nuevas, casas nuevas. Lo que he visto son mujeres jorobadas lavando ropa en las piedras. He visto niños desnudos sentados en los ríos de lodo que corren por las calles durante las lluvias de la tarde. He oído que casi el 40% de la población es analfabeto. En esta época de microchips y misiles guiados por láser, una multitud de familias vive sin luz, sin servicios sanitarios, sin agua potable. Jóvenes (niños) en uniforme militar pedalean en bicicleta a almorzar en casa con el rifle bailando del hombro. Mis oídos han sido invadidos por las ráfagas de armas automáticas desgarrando cuerpos de jóvenes hondureños, que yacían muertos en la calle durante horas. Es verdad: el pueblo hondureño pende pesado con Cristo en la cruz.

Pero ¿la esperanza? ¿Seguro que las cosas están mejorando? Me dicen que un sueldo que llegaba en la década de los 70 a unos $8 por día, queda ahora en $4. Tierras que habían comenzado a redistribuirse a los muchos están volviendo a ser acaparadas por los pocos. Incluso los beneficios paternalistas de las bananeras están siendo cancelados. La ineficiencia y la corrupción derrochan los recursos naturales y humanos del país. Un país que necesita educación, destreza y servicios básicos gasta su dinero para garantizar la seguridad de las transnacionales. En vez de dar prioridad a la educación, la vivienda, la salud y el agua potable, subsidian zonas libres de impuestos para que compañías extranjeras fabriquen productos que los hondureños no pueden comprar. Se volvía cada vez más difícil visualizar una escena de la resurrección en Honduras.

Pero sí logré visualizarlo: en una visión que lleva 20 años formándose. teatro la fragua está encontrando y fraguando con el pueblo hondureño una identidad cultural, una voz y una imagen de las cuales brotan fuerza, orgullo, esperanza y sueños. Antes de llegar a Honduras no había comprendido la magnitud ni la profundidad de su misión. teatro cree que la pobreza cultural está en el meollo de la experiencia hondureña. Esta pobreza tiene consecuencias que extienden aún más allá que la pobreza material, y que cavan un abismo de desesperanza aún más profundo. Descubrí que los hondureños sufren una deficiencia cultural. No han desarrollado su propia poesía, su propia música, su propia artesanía. El dominio por otras culturas data desde antes de la Conquista, cuando el pueblo hondureño estaba en las afueras de la gran civilización maya. En este contexto el teatro emprende su gran misión: dar expresión a la historia, las costumbres, las tragedias y los triunfos del pueblo hondureño. Intentan fraguar una cultura, desarrollar una identidad, nutrir una capacidad para la reflexión, para que juntos los hondureños puedan comenzar a soñar y a escoger un futuro distinto. Sólo un pueblo conscientizado, dueño de sí mismo, puede superar los siglos de dominación y destitución vividos por los hondureños.

Tuve el privilegio de pasar seis semanas trabajando con el teatro este verano. Mi tarea principal fue de trabajar en los archivos, formateando artículos y noticias de tlf para el Internet. A diario estaba conmovido por la elocuencia del testimonio que encontré en esos archivos y en el teatro la fragua. Por medio del arte tocan algo profundo en el pueblo, algo más grande que ellos mismos. Los hondureños pueden verse a si mismos y su propia experiencia reflejados en las presentaciones. Pero teatro no se limita a las presentaciones: por encima, enseñan. Viajan por todo el país dando a jóvenes talleres en la dramatización del Evangelio. En un taller al cual asistí yo, participaron unos 30 adolescentes. Se congregaron tímidos la primera noche; la mayoría no tenían ni la confianza para decir claramente su propio nombre. Pero dentro del espacio de tres días estaban cantando con fuerza, hablando con autoridad y moviéndose con convicción. Estaban creando bellas historias con sus propias voces y sus propios cuerpos. Al dramatizar el Evangelio los muchachos crean algo de belleza, algo propio, y llegan a descubrir la potencialidad y el poder dentro de ellos mismos y dentro de la palabra. Aprenden la concentración, la cooperación, la confianza y la fuerza del lenguaje: conocimientos que les servirán a dónde sea que vayan. La última noche del taller los jóvenes presentaron su dramatización para el pueblo entero durante la misa. Allá pude sentir y ver y creer que estos jóvenes se estaban volviendo hijos del orgullo y de la esperanza. teatro la fragua sigue trabajando, fraguando una voz, un grito, una risa, un sueño de la resurrección con el pueblo de Honduras. Estos brillan más fuerte que pudiera cualquier vitral de una iglesia.

Gracias teatro la fragua por su trabajo y su amistad. Que Cristo siga utilizándoles para pintar su escena de la gloria.

--Mark Kramer sj







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