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Vol. xxi #2

Junio 2000




Mi primer día en el tatro





Me desperté a las cinco de la mañana al ruido del coro de los gallos y rápido me acordé que no estaba en mi casa en los Estados Unidos. No podía creer la fuerza del canto de los gallos tan de madrugada. Mi primer día había comenzado. Al llegar al teatro, sentía muchas emociones. Sobre todo estaba nerviosa, y sin ninguna idea de lo que iba a hacer ni por qué había decidido venir aquí.

Esa primera mañana vi un ensayo de la obra El Asesinato de Jesús, y pensé, "¿Yo voy a ser parte de esta obra?". No pude creer esto. ¿Cómo iba a actuar, bailar, y cantar con un grupo de profesionales como éstos? Además, todo está en español. ¿Cómo sería posible que iba a tener el valor para hablar delante del público en español?

No me dieron mucho tiempo para pensar así. Ese primer día empecé a hacer los ejercicios físicos con el grupo y el segundo día ya estaba aprendiendo la obra que había visto el día anterior. Luego empezamos a trabajar con la obra Romero de las Américas. Poco a poco me acostumbraba a la rutina básica del teatro y empezaba a sentirme cómoda y como parte del grupo. Todavía no sabía por qué vine aquí, pero estaba segura de que fue buena decisión y ya sabía que no iba a salir del teatro la fragua siendo la misma persona.


Todo había pasado tan rápido. Venir a Honduras fue una decisión espontánea. Yo era una estudiante perdida, en el tercer año de la universidad y todavía sin ninguna idea de lo que quería estudiar. Entonces, el día antes de que tuviera que regresar a la universidad, decidí quedarme en mi casa y tomar un semestre libre. Algunas semanas después, ya estaba en Honduras, entre los miembros de teatro la fragua.

No sólo tenía que acostumbrarme a la vida del teatro, sino también a la vida hondureña. Acostumbrarse a una cultura nueva es un desafío. Me sentía tonta porque no sabía hacer cosas sencillas. Los primeros tres días no me bañé porque tenía vergüenza de preguntar como se baña porque no llegaba agua a la ducha. Luego, descubrí que sólo tenía que usar el cubo de agua en vez de la ducha. La familia con quien estaba viviendo se divirtió mucho al verme tratando de lavar la ropa a mano. Y la primera vez que me monté en la barra de una bicicleta, con la otra persona pedaleando, me sentía como una princesa con mi sirviente llevándome al teatro.


LA CIUDAD DE EL PROGRESO
El Progreso está en un valle, con montañas verdes al fondo. Se ven árboles y flores y muchas mariposas de colores brillantes y guecos lanzándose en toda dirección; se oyen las continuas canciones de toda clase de pájaros.


En el camino desde la casa hasta el teatro, paso por el centro de El Progreso. En el centro hay muchas tiendas de todo (ropa, juguetes, muebles); hay supermercados, un cine y pequeños restaurantes. Las calles son pavimentadas y hay algunos semáforos. Hay carros, autobuses amarillos, camiones llenos de plátanos u otros tipos de fruta, y camiones grandes que llevan botellones de agua. Hay motos y hay miles de bicicletas zigzagueando entre los carros: la bicicleta es la forma más común de transporte. Dos personas suelen montar una bicicleta. Hay mucho ruido de los buses, de los parlantes anunciando a todo volumen la última ganga, de los taxis pitando cuando están vacíos y para advertir a las personas que están montadas en bicicletas.

Casi siempre hay bastante gente en el centro de El Progreso. En las calles se venden cassettes, helado, fruta, relojes. Aunque las calles son bastante concurridas, no se camina de prisa, sino tranquilamente. La gente se saluda con un silbido y un movimiento de la cabeza, o dice, "¡adiós!".

En los barrios (fuera del centro) las calles son de tierra y hay una variedad de casas. Algunas son pequeñas y de madera, otras son de bloques y son más grandes. Los barrios son más tranquilos que el centro, pero hay mucha gente y mucha actividad también. Las familias suelen sentarse en los patios o acostarse en hamacas para aprovechar la brisa fresca; allá hablan de lo que sea y descansan. Los niños juegan fútbol en las calles. Hay muchos perros, patos, cerdos y gallos andando por las calles también. Se mira la ropa tendida fuera de las casas. Se duerme al ruido de los perros y los grillos y se despierta al canto de los gallos. Cuando hay un partido de fútbol del equipo de Honduras en la televisión, puede oírse a todo el mundo gritando, "¡GOOOOOOOL!" y celebrando cuando el equipo echa un gol.


UNAS SEMANAS DESPUÉS
Poco a poco estoy aprendiendo por qué estoy aquí. Hoy estaba hablando con Edy y me dijo que soy una voluntaria aquí. Le dije que no me siento como una "voluntaria." Los voluntarios dan cosas a la gente o vienen para ayudar a la gente. Y él me preguntó, "¿Y que hace el teatro
? ¿No eres parte de esto?" Aquí sí, de veras soy parte de un grupo que da mucho al pueblo hondureño. Y empecé a recordar algunos momentos específicos cuando me sentí que había tocado las vidas de algunas personas. Estos intercambios me enseñaron como el teatro trabaja para servir a la gente, compartir la belleza de la vida con la gente en situaciones donde se suele olvidar que la vida es más que el dinero y la violencia.

Me acordé cuando fuimos a Ceiba y dimos dos presentaciones de la obra Romero de las Américas. Después de la primera de ellas hablé con dos estudiantes. Podía ver en sus ojos la energía, emoción e inspiración que ellas habían recibido de la obra. Ellas me preguntaron sobre la actuación y por qué me gusta ser parte del teatro. Sentí rara porque pude ver que ellas me tenían mucho respeto y admiración. Sólo había actuado un papel bastante sencillo en la obra, pero sentía muy satisfecha porque había inspirado a estas dos mujeres, dándoles esperanza y amor.


La obra Romero de las Américas es un ejemplo maravilloso de como teatro la fragua se dirige a los problemas que afectan la vida diaria del pueblo. Esa obra es la historia del asesinato del arzobispo Óscar Romero en El Salvador. Aunque el asesinato ocurrió hace veinte años, la realidad que la obra representa sigue igual en las sociedades actuales. La opresión de los campesinos y la clase obrera, la pobreza, la dominación de los ricos terratenientes y políticos, la presión constante desde los países más ricos: esta realidad sigue penetrando todo nivel de la sociedad hondureña como la de los otros países centroamericanos. La obra tiene un mensaje fuerte para el mundo entero.

Otra vez estábamos en Trujillo para hacer una presentación de El Asesinato de Jesús en la iglesia. Después de esta presentación, había un grupo de niños que iban a hacer La Pasión en la iglesia el día siguiente. Estábamos hablando con ellos, ensayando algunos pasos de nuestra versión y otros juegos de mimo. El ver nuestra presentación les ayudó a mejorar y a hacer su presentación lo mejor posible: otra vez fuimos una forma de inspiración para estos niños. La magia de la situación es que ellos también fueron una inspiración para mí. El ver a niños capaces de montar una obra, con tanta energía y ánimo de hacerlo, me inspiró a trabajar con más corazón y amor. El teatro tiene una magia que nos une a todos.


LOS TALLERES
Tuve la oportunidad de ir a dos talleres con el teatro
. Uno fue en San Antonio. Condujimos tres horas por las montañas, la mayoría del tiempo sobre carreteras de tierra, escuchando música de merengue, punta y canciones de amor de los ochenta en la radio. Vimos mujeres lavando ropa en los ríos mientras los niños jugaban en el agua bajo el sol caliente. Pasamos camiones cargados de fruta y personas montadas en caballos o en bicicletas. Subimos todavía más y llegamos a San Antonio. Es un pueblo pequeño, de casitas blancas con techos de teja, parecido a los típicos pueblos hondureños que se ven en los cuadros. La belleza del pueblo era sencilla pero maravillosa; la gente, todavía más impresionante.

Al llegar al lugar donde íbamos a dar el taller nos estaban esperando un montón de jóvenes con caras listas y llenas de energía. Había gente que recibieron talleres antes y gente nueva. Diez minutos después, llegaron tres muchachos más, dos de unos trece años y uno de dieciséis: acababan de caminar cuatro horas para llegar a San Antonio y participar en el taller. El muchacho mayor había recibido un taller del teatro el año pasado, y esta vez trajo a su hermanito y a un amigo.

Trabajamos jueves en la tarde, y todo el día viernes y sábado. Estábamos enseñándoles partes de El Asesinato de Jesús. Me impresionó mucho el deseo de los jóvenes de aprender a montar esta obra. Eran tres días de trabajo duro. Cuando no había ensayos, estaban memorizando el texto o ayudando a sus compañeros. Tenían mucha determinación de montar una cosa bien hecha para presentarla delante de los feligreses de la iglesia el domingo.


En las noches, sólo podíamos trabajar hasta las ocho cuando se iba la luz. Nunca había estado en una oscuridad tan profunda, ni tampoco había visto tantas estrellas en el cielo. No tenía el lujo de luces eléctricas, pero por primera vez tenía la belleza de las estrellas esparcidas sobre un fondo de la pura oscuridad, que es tal vez un lujo mejor que la luz.

El domingo tuvieron su primera presentación en la iglesia. La iglesia en este pueblo es casi el único lugar donde se reúne la gente. No hay otros lugares sociales. Así que la iglesia tiene un papel bien importante en la vida social y la unidad de San Antonio. La iglesia estaba llena esa mañana, con personas viendo la obra desde afuera por las ventanas. La presentaron con mucho éxito y era obvio que los muchachos estaban orgullosos de lo que habían logrado en sólo tres días. Había jóvenes que no sabían ni leer ni escribir, y estaban diciendo su texto y actuando frente al público.

Había un muchacho que el primer día no podía hablar ni mover el cuerpo porque era tan tímido. Pude ver en sus ojos que quería actuar, pero no sabía como hacerlo. ¡El domingo, él estaba moviéndose y hablando, y tenía expresiones en la cara! Había florecido debido al trabajo de los miembros de la fragua; había hallado la manera de abrirse más a otras personas. Y no fue el único: todos los jóvenes habían aprendido y crecido mucho.

Al final del taller, estaba hablando con algunos de los jóvenes sobre lo que les esperaba en casa. Uno tenía que regresar a trabajar en el campo, bajo el sol todo el día. Su cara se puso un poco triste. Tenía sólo quince años y yo no podía imaginar como era trabajar tan duro a una edad tan joven. Durante el taller, este niño tenía muchísimas ganas y ánimo de aprender y trabajar; estaba lleno de vida y energía. Ahora está participando en el teatro; ha roto los límites que la vida le había impuesto.


SE ACERCA EL FINAL
Al llegar al final de mi aventura de tres meses aquí, puedo sentir un cambio dentro de mí misma. Esta experiencia me ha impresionado mucho, y he aprendido y crecido tanto no sólo como actriz sino también como ser humano. El teatro
me ha dado más confianza y una nueva perspectiva hacia el futuro.

La gente que trabaja en la fragua trabaja allá porque tiene una pasión y un amor profundo para el teatro y para sus compatriotas hondureños. La situación económica en Honduras es bastante difícil, y aunque se gana la vida trabajando en el teatro, no es un trabajo que pague mucho. Además hay que dedicar mucho tiempo a este trabajo, viajando y haciendo presentaciones cuando los demás están de vacaciones. Pero para los integrantes del teatro la fragua, todo eso vale la pena porque aman el teatro y quieren contribuir algo a la sociedad hondureña: quieren traer cultura a su mundo, y son orgullosos de ser parte de una organización única que se ha vuelto un elemento permanente de la vida de este bello país.

Cuando veo a los miembros del teatro trabajando por el amor, me inspira a buscar mi propia pasión. En mi país, los Estados Unidos, es demasiado fácil caer en la preocupación de tener mucho dinero. Y antes de venir aquí, había caído en eso; estaba demasiado preocupada por encontrar una carrera donde se ganara bastante dinero. Y me sentía fría, como un robot. No tenía una carrera, ni el valor de buscar y encontrar mi pasión y dedicarme a eso. Había olvidado que lo importante es dedicarte a algo que te mueva el corazón, algo que ames; sólo así vas a estar en paz en tu alma, aunque es bien posible que no vas a tener un montón de dinero. teatro la fragua me ha enseñado quién soy y me ha inspirado a buscar mi propia pasión.


El teatro es un estudio del ser humano. Nos toca el corazón y explora la profundidad de lo que significa ser humano: sentir el amor, la tristeza, el odio, el miedo y la felicidad. El teatro representa lo que todos tenemos en común: que somos seres humanos con sentimientos, con una conciencia, la libertad de pensar, el poder de elegir. El trabajo de la fragua recuerda a la gente que no somos robots, no somos máquinas: que no debemos olvidar nuestros sentimientos y nuestro derecho a una opinión propia. He visto como el teatro inspira a los hondureños de todas las edades a que crean en sí mismos y a que se abran a las otras personas.

Ser parte de teatro la fragua es un honor. Cada vez que terminamos una presentación y decimos:

Tierra, aire, fuego, agua,
nosotros somos teatro la fragua
,

siento orgullo de ser parte de la fragua. Es una bendición estar aquí, compartiendo un trabajo tan bello. Honduras es un país tercermundista en lo económico, pero la gente del teatro la fragua es primermundista en lo que es ser humano. Es esta cultura primermundista que los miembros de la fragua comparten con sus paisanos y que han compartido conmigo. Es una cultura primermundista que espero también, como miembro de la fragua, poder compartir con los que encuentre en el camino. El actuar con teatro la fragua es una experiencia única para toda la vida.

--Laura Gross







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