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Vol. xxi #4

Diciembre 2000




El Flautista, la Escuela y los Niños





"Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba..."
--José Saramago

Recientemente teatro la fragua ha dejado temporalmente los espacios formales de actuación para ir de gira por las escuelas de la ciudad y de los campos bananeros, convirtiendo galeras y salones de clase en escenarios de actuación. El proyecto se denomina Dramatización de Cuentos Infantiles. Pensados originalmente para responder a una emergencia, los Cuentos Infantiles se han convertido en un programa permanente de la fragua.

La finalidad de los cuentos es llevar una entretención educativa y humanizante a las escuelas. Este programa pretende que los niños y niñas vayan adquiriendo el hábito de la lectura, que del teatro acudan a los libros de cuentos para que aprendan la solidaridad, la ternura, la alegría, y los valores humanos que la sensibilidad literaria universal ha dejado consignados en los cuentos infantiles de todos los tiempos.


la fragua
ha adaptado cuentos de autores latinoamericanos integrando canciones y juegos tradicionales que los medios electrónicos de la globalización están haciendo caer en el olvido. Los cuentos son dramatizados en aquellas escuelas donde la educación es llevada a cabo en medio de grandes limitaciones y sin mayor apoyo por parte del Estado.

Para ello se han implementado unas técnicas teatrales sencillas que enfatizan el contacto cercano y directo del actor con el público, integrando artísticamente valores como la solidaridad, la cooperación, y el amor a la naturaleza. La técnica es la encarnación de lo sencillo. Un narrador lee el cuento: el LIBRO es la utilería principal, para que los niños estén muy conscientes de que todo sale del libro. El grupo de actores provee las ilustraciones del libro, pero ilustraciones en tres dimensiones que se mueven y que hablan.

Los Cuentos Infantiles fueron concebidos por teatro la fragua para atender a la población damnificada durante las semanas inmediatas a las destructoras tormentas del huracán Mitch. En su novela Ensayo sobre la ceguera, José Saramago cuenta la historia de una sociedad atacada repentinamente por una inexplicable ceguera. Las víctimas son aisladas y llevadas a inhóspitos y sucios albergues. Con estremecedor realismo, Saramago describe como paulatinamente los damnificados van deshumanizándose, convirtiéndose en lobos unos de otros, haciendo del albergue un campo de feroz batalla, luchando con violencia por sobrevivir al abandono y rechazo de la sociedad. En su relato el premio Nobel portugués pinta un paisaje desolador de la condición humana en las postrimerías del siglo pasado, aunque guardando un tímido espacio de optimismo donde pueden verse destellos de esperanza para la humanidad.


Fátima es un barrio popular de El Progreso en una zona que la Mara13 ha convertido en guarida y centro de operaciones. Está a la derecha de una vieja y abandonada línea de ferrocarril. A orillas de la línea un largo cauce conduce al descubierto todas las aguas negras de la ciudad hacia las corrientes del río Ulúa. La entrada al barrio por ambos lados de la línea está flanqueada por deterioradas y sucias cantinas, desagües populares donde los machos del pueblo lloran sus desventuras en el pecho generoso de regordetas prostitutas. El busito de los actores avanza buscando la escuela por un camino de tierra que en invierno se convierte en un molesto y pegajoso río de lodo. Apostados a la orilla de la calle, pidiendo dinero a los caminantes, están algunos jóvenes de la Mara13 que miran pasar a los actores con desconfianza. Los actores aparcan el busito muy cerca de los escombros donde antes estaba el rastro de la ciudad, que mantenía a toda esa zona de la línea llena de percudidos zopilotes y con un nauseabundo hedor a carne podrida. Los actores se internan por un angosto callejón. De todas las casas sale el ruido de las radios encendidas desde muy temprano. Son casas sencillas y pequeñas. Fuera de ellas, en rústicos lavaderos, afanosas mujeres lavan ropa que luego ponen a secar en cercas de alambre.


La distancia entre la ficción literaria y la realidad que comenzó a verse en los albergues de damnificados de Mitch no era lejana. teatro la fragua
se percata que no bastaba con salvar y proteger el cuerpo de los damnificados con comida, vestido, y refugio; también era urgente y necesario salvar y cuidar el espíritu de los damnificados, abatido por el miedo, la tristeza, la frustración y la agresividad. Por eso fue que los actores además de repartir comida también comenzaron a organizar grupos de jóvenes y a ensayar con ellos pequeñas piezas teatrales que después fueron presentando por los diferentes albergues, logrando el resultado que se esperaba: la sonrisa de los niños y el despertar de la esperanza en los adultos. El teatro siempre ha sido uno de los más excelsos instrumentos para prodigar humanismo y bondad al corazón humano, y eso se pudo comprobar una vez más cuando los actores de la fragua presentaban sus improvisados y alegres montajes en aquellos lúgubres y sobrepoblados albergues del huracán. Jack Warner siempre repite que la religión y el arte brotan de la misma raíz, de la necesidad de experimentar aliento y consuelo en algo situado más allá de nuestra pequeñez y miseria humanas. El huracán fue una nueva experiencia sobre lo que un teatro puede y debe hacer en tiempos de grandes emergencias.

A mitad del callejón, a la derecha, está la escuela. Parece una ratonera. Todas las ventanas están llenas de barrotes como una cárcel. Una aburrida luz blanca ilumina los encerrados y apretados salones de clase. Los techos son bajos y a pesar del viento que soplan unos ventiladores puede sentirse el pesado sopor del calor. Es tiempo de recreo en la escuela. No hay patio; los niños corren y juegan por entre los espacios y callejones de las casas vecinas.

Después de Mitch, el programa de los Cuentos Infantiles adecuó su objetivo a una nueva situación. El teatro realizaba presentaciones para los damnificados en el macroalbergue de El Progreso; pero también comenzó a presentarse en las escuelas de la ciudad y el campo. Se vio con sobrada claridad que los cuentos podían ser de mucha utilidad en la formación escolar de los niños, sirviéndoles como una introducción al hábito de la lectura. Fue salir de una emergencia inmediata, la del huracán, para entrar en otra más permanente y cotidiana: la realidad de la educación infantil en las escuelas de El Progreso y sus alrededores.


Las maestras son señoras con ademanes de amas de casa que visten blusas blancas y faldas azules. Los actores preguntan dónde se hará la presentación. Las maestras sugieren utilizar el espacio de dos salones de clase. Habrá que limpiar y arreglar esa maltrecha caja de fósforos para una función con 200 niños. Entonces unos actores barren, otro ayuda a las maestras a quitar una especie de biombo que sirve de división entre los salones, y el resto de actores saca y acomoda pupitres. Una vez "acondicionada la sala", las maestras van reuniendo a los niños y a como pueden los van acomodando.

Aquella suele ser la escenografía habitual donde teatro la fragua presenta sus cuentos. No todas las escuelas públicas en El Progreso son tan pequeñas e incomodas; pero la mayoría lucen descuidadas, con salones de clase sombríos que más invitan al aburrimiento que al interés por aprender. Algunas todavía no se recuperan del deterioro que les dejó, en paredes, techos, y mobiliario, el paso temporal de los damnificados que las utilizaron como albergues. Los cooperantes venidos a Honduras desde otros países donde la educación estatal goza de mejor salud, se asombran y conmueven cuando conocen las condiciones en que los niños son educados.


Apretados, unos sentados y otros de pie, los niños van llenando el salón. En el marco de una puerta, apiñados y empujándose, se van quedando los que no logran encontrar espacio o llegan retrasados; una niña usa su pupitre como escalera para poder ver por sobre las cabezas de sus compañeros. Algunos vecinos llamados por la curiosidad observan desde una ventana. Y delante de los niños, sin hacer caso del calor, en unas circunstancias que otros artistas rehuirían, aparece un actor que abre un libro, mira a todos los niños, y con entusiasmo empieza a narrar: Hace mucho tiempo vivía en la ciudad de Alter un zapatero llamado Hans. El cuento La verdadera historia del flautista de Hammelin ha iniciado.

A los dañados edificios de muchas escuelas se suma la crisis perpetua de un cuerpo de maestros que carecen de los más básicos incentivos para su profesión. El filósofo español Fernando Savater compara el oficio de maestro con el arte de la seducción: el buen maestro es aquel que sabe seducir y encender en sus alumnos el fuego del interés por aprender, una especie de encantador que vuelve interesante cualquier disciplina por escabrosa que sea. Pero ¿cómo puede un maestro dedicarse a enamorar a sus alumnos de la sabiduría con un salario menor de 200 dólares mensuales? En nuestro medio los maestros no disponen de recursos para actualizar sus conocimientos y aprender nuevas y mejores técnicas de enseñanza. En el espinoso camino de la docencia no son pocos los maestros que también han ido retorciendo su vocación humanista, adquiriendo los vicios y antivalores que se supone deben combatir en la formación de sus discípulos. En Honduras la mayoría de los maestros no lo son por vocación. Para bastantes de ellos la docencia es sólo un medio de supervivencia. Es el eterno problema, la perenne y machacona repetición, de una situación que probablemente resistirá con otro siglo sin resolver: los bajos y defectuosos niveles


Edilberto, el cantautor del grupo, aparece en el personaje de un presentador de circo: aquellos circos ambulantes que iban por remotos pueblos divirtiendo a los sorprendidos lugareños sin más recursos que una vieja y parchada carpa, una improvisada bailarina, un taciturno y flaco león, y algún disfrazado monstruo anunciado con estrépito sensacionalista como el fenómeno más espectacular de la tierra. Es el homenaje de la fragua a aquellos olvidados comediantes que sorteando mil adversidades, la pobreza la primera, llevaban entretención y humor popular a los pueblos. Circos así ya no se ven hoy día ante la inundación por todas partes de los medios electrónicos de entretención (cine, radio, televisión, juegos computarizados). Es bueno que los niños de hoy sepan que un día hubo artistas como esos que el presentador del circo con gran histerismo anuncia, que hicieron menos aburrida la infancia de los que ahora son sus padres.


La educación debe ser conservadora en el buen sentido, preservadora de aquellas tradiciones que tuvieron un influjo benéfico en la construcción humanística de los infantes. Existen muchas cosas que han ido desapareciendo en la formación elemental de los pequeños. Cada vez más los niños lo van siendo menos. Nuestra cultura hiperinformatizada muy temprano los despoja de su inocencia, arrojándolos sin mayores protecciones a la realidad de un mundo cruel e inhumano, donde no es extraño que los menores asesinen a sus maestros, trabajen como adultos, o sean utilizados en el lucrativo comercio del sexo. En esto el influjo de la televisión ha sido decisivo porque, como bien ha observado Savater, ella desmitifica vigorosamente y disipa sin miramientos las nieblas cautelares de la ignorancia que suele envolver a los niños para que sigan siendo niños. La educación elemental no hace el debido contrapeso a esa otra educación que llega través del televisor o del cine: una educación que transmite contenidos para cuya asimilación no están preparados los niños, que más bien desvanece las fuentes que tradicionalmente han alimentado la inocencia y la sana ingenuidad en los niños. Paulatinamente de la imaginación de los niños van desapareciendo los personajes de la literatura infantil tradicional. La imagen de la abuelita que nos arrullaba contándonos inverosímiles historias se ha ido esfumando de nuestro entorno cultural.

La escena del circo sirve de introducción al cuento El niño que buscaba ayer, de la escritora nicaragüense Claribel Alegría, que de manera muy sencilla enseña a los niños la importancia y belleza del presente. El cuento integra canciones del folclore infantil hondureño que es raro escuchar cantar a los niños de hoy, más embelesados con las canciones propias de otras culturas. teatro la fragua utiliza los cuentos como un medio para comunicar y transmitir a los niños las riquezas de su propia cultura infantil, expresada en rondas y juegos infantiles en real peligro de extinción.

Montaigne decía que los niños no son botellas que hay que llenar sino fuegos que es preciso encender. teatro la fragua cree que con sus cuentos ambulantes presentados de escuela en escuela está ayudando a ir encendiendo esos pequeños fuegos que nos traerán el luminoso resplandor de una sociedad mejor... Ojalá.

--Carlos M. Castro







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