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Vol. xxii #2

Junio 2001




El teatro nuestro de cada día





Cuando era niño, mi abuela tenía en la puerta de la casa una estampa de cartón con la imagen de San Ignacio de Loyola (el santo fundador de la Compañía de Jesús), que rezaba: "En esta casa no entrará el demonio...". Seguramente la tenía porque ese ángel caído rondaba por ahí. Años después, en mi adolescencia me hice dramaturgo y personajes como la muerte, el niño, la prostituta y el demonio, se volvieron, inconscientemente, constantes en mi dramaturgia porque creo que están cargados por sí mismos de magia y teatralidad. El diablo rondaba cerca, o como diría Thornton Wilder: El ángel que perturbó las aguas. Mi admiración por los jesuitas está patente: ellos a partir de la contrarreforma crearon en Europa y después en América, universidades para el estudio de la gramática, retórica, latín y griego, así como de su escritura y habla elegantes. Cultos, sensibles y revolucionadores, pusieron en práctica pasajes del evangelio mediante el teatro escolástico-misional, porque estaban convencidos pedagógica y artísticamente que el teatro es un educador debido a su riqueza audiovisual: es un libro abierto, un pizarrón escrito que forma y transforma la conducta y conciencia del individuo.

La Sociedad Jesuita (s.j.) dio a México, y a la mayor parte de América, teatro religioso y profano: la espectacularidad para adoctrinar estuvo de manifiesto en el Teatro del Pendón en Puebla, ofreciendo una Novena de representaciones durante la Semana del Corpus Christi. Inspirados en el teatro didáctico del medievo pronto fusionaron púlpito y escena; de sus representaciones teatrales salían los feligreses más recogidos, llorosos y purificados que de cualquier sermón retórico. La Palabra hecha Verbo les permitió la comunión: emisor-receptor; Dios-Hombre; Padre-Hijo-Espíritu Santo. Amén.


Todo esto viene al caso porque dos milenios después de Cristo, un sacerdote jesuita llamado Jack Warner, funda en 1979 teatro la fragua) en la ciudad de El Progreso, Yoro, en la república de Honduras, para seguir con la misión de educar y desarrollar los pueblos como la tradición antepasada de la Orden Jesuita de dar pan al espíritu. Jack además de ordenarse, se formó profesionalmente en teatro en su país natal EUA; tlf es su obra. La compañía tiene un bello espacio escénico con un diseño original y sencillo donde se antoja trabajar. El complejo teatral lafragueño se encuentra ubicado en el centro de un jardín tropical otrora casino de la United Fruit Company. Gracias a las contribuciones económicas de amigos y teatrófilos, el escenario con buen aforo y proyecto, cuenta con una luminotécnica más que aceptable, una biblioteca teatral que consideramos única en Centroamérica, así como la edición de su boletín trimestral por medio del cual nos informan de sus actividades. Pero lo más importante son los actores. Todos son jóvenes disciplinados que dejan ver por su actuación la mano de su director en la búsqueda de propuestas actorales a partir de Jerzy Grotowsky y su Hacia un teatro pobre, siempre enriquecedor en expresiones corporales y manejo de cuerpo, voz y gesto.

Tuve la suerte en Semana Santa de presenciar El Asesinato de Jesús, una pieza de su repertorio que se ha convertido al paso de los años en caballo de batalla de hondo significado para la compañía. La obra escrita por Jack, inspirado en los evangelios del Nuevo Testamento, propone pocos recursos escenográficos, apenas un colorido telón de fondo que de inmediato nos anuncia la influencia festiva de la cultura afro en Honduras. Una bien repartida iluminación en las áreas crea la atmósfera actoral; lo demás se acerca al teatro puro, donde el actor demuestra sus capacidades histriónicas que a la vez hacen el conjunto: danza, baile, canto. El Asesinato de Jesús es una pieza musical coreografiada y con canto vivo, alegre, juvenil como sus intérpretes.


Jesús es progreseño (José Ramón Inestroza); un Cristo actual con caracteres hondureños, deliberadamente. Cristo de carne, sangre y hueso, de pelo ensortijado de la raza morena de esa región, grandes ojos negros y estatura atlética mediana. El Coro de la obra se vuelve Pilato, los apóstoles, Malco, Caifás, y hasta el burro que sirvió de medio de transporte para que Jesús entrara glorioso a Jerusalén. El vestuario en juego dominó, blanco y negro con cinturones rojos; sin caer en lo maniqueo, demuestra los poderes donde no necesariamente los vestidos en negro son los antagonistas. El rol de papeles se distribuye de tal manera que el actor que interpreta a Jesús deja por momentos su papel para entrar en la voz farisea que clama la crucifixión del "blasfemo". Pedro se transmuta en Poncio; el Coro se intercala el papel de Jesús, que hace sentir al público que su espíritu está en cada uno de ellos. También intercalan el papel del Narrador cuyo propósito consiste no en comentar lo que estamos mirando, sino en adelantar la situación dramática de la obra.

Llama la atención el calentamiento físico y emocional previo a cada representación. La compañía guiada por Yester (Yuma), uno de los actores soportes, realiza una rutina rigurosa en una temperatura que a la sombra alcanza los 40 grados. La rutina comprende relajamiento de las extremidades, tensiones y distensiones, respiración, voz y dicción, y finalmente vocalización. Y todo esto sin caer en el vedetismo: todos se aplican y el Coro mismo monta y desmonta telones y luminotecnia.


tlf hace teatro para las clases populares, estudiantes, amas de casa, maestros, público en general. tlf no emite "moralejas" o "mensajes" panfletarios; saben que la vanguardia del teatro consiste en comprometerse con su sociedad, con su pueblo. Ellos en cada propuesta emiten enfado, coraje, rebeldía; son un despertador de conciencias. Su grito es para decir no a la opresión, explotación, corrupción, y la miseria centroamericana plagada de injusticia. Al ver esta puesta en escena no se puede evitar que venga a la mente textos contemporáneos como Cristo de nuevo crucificado de Kazantzakis, El gallo escapó de D. H. Lawrence, o ¿Quién te pegó en la cara? de Romano Cué sj, obras que re-cuestionan el personaje histórico y religioso y que demuestran su vigencia e interés universales hacia Cristo.

Sigo creyendo que el teatro religioso sigue siendo teatro y no propiamente religión. Los sacerdotes Lope de Vega y Carpio, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Sor Juana Inés de la Cruz, desde sus respectivas órdenes religiosas, escribieron un siglo de oro que perdurará por los siglos.

Gracias por mi parte a cada uno de los integrantes del teatro la fragua, a Jack, y a la Compañía de Jesús por su cálida hospitalidad y por ofrecernos el teatro nuestro de cada día.


Ricardo Pérez Quitt


(Ricardo Pérez Quitt nació en Atlixco, Puebla, en 1958. Es dramaturgo, crítico e investigador teatral. Estudió teatro en México y Europa. Actualmente dirige la revista Autores, teoría y práctica teatral, y es docente en el Colegio Libre de Estudios Teatrales de Puebla.)





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