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Vol. xxiii #4

Diciembre, 2002




La mejor voz del mundo

Carlos Mario Castro





Sabes amable lector, o lectora, que cuando era pequeño la Navidad llegaba a mi barrio con los fríos vientos de octubre (que ahora ya no son fríos). Los niños, felices porque la escuela estaba para terminar, construíamos papelotes y desde la cumbre de un pequeño monte los echábamos a volar, a mecerse con el viento. Los atardeceres resplandecían con los alegres colores de aquellos papelotes. En la radio y la televisión empezaban a sonar melancólicas marchas navideñas como El niño y el tambor y se escuchaban también las notas de Noche de paz, como un tranquilo murmullo que venía de lejos y se propagaba a todas partes.

Las primeras lecciones que me fueron descifrando el mensaje de la Navidad no las aprendí en sermones de domingos a media mañana, ni siquiera en la sabia piedad de mi abuela, que tan influyente magisterio tuvo en mi formación. Las más sublimes interpretaciones de la Navidad que más han remozado mi esperanza llegaron a mí provenientes de un cuento y una obra de teatro.

Fue durante una temporada de Navidad hace muchos años cuando sin saberlo conocí a Óscar Wilde a través de su cuento El príncipe feliz, presentado en la televisión como parte de un especial de historias navideñas. Recuerdo cómo me conmovió la generosa entrega del Príncipe para aliviar el dolor de los pobres que en vida jamás conoció, y el nudo en la garganta al contemplar la belleza del amor y amistad de la Golondrina, decidida a quedarse junto a la estatua descascarada del Príncipe sin importar el severo frío del invierno. De historias como aquella, repetidas incontables veces durante los años despreocupados de mi infancia, fui aprendiendo el significado de la Navidad como tiempo de inesperados y sorprendentes milagros humanos, un tiempo para sacar de la pereza la bondad y la solidaridad más profundas.

Años más tarde, en diciembre de 1991, en la sencilla iglesia de un pueblo en el norte húmedo y lejano de Honduras, reviví la experiencia tenida con el cuento de Wilde en mi niñez. Esta vez no fue la televisión quien me esclareció aún más el mensaje de la Navidad. Me lo descubrió teatro la fragua durante la presentación de su obra Navidad Nuestra, original y vistosa adaptación teatral del nacimiento de Jesús. Ante mis ojos la letra de los evangelios cobró una vida, un vigor, y una ternura pocas veces experimentado. En el curso de la presentación se hizo patente que los evangelios fueron escritos para ser proclamados en voz alta, para ser narrados con la fuerza, la belleza, la alegría y el ritmo como lo hacía teatro la fragua aquella noche de diciembre. Raras veces he visto en la mirada de la gente el brillo de complicidad y entusiasmo que tenía aquel público durante la presentación de la fragua, siguiendo con divertida atención cada escena, cada palabra, cada canción y cada baile utilizados para contar las situaciones alrededor del nacimiento de Jesús.

Por las noches las familias desempolvaban las cajas donde yacían guardadas las figuras de barro y el aserrín que servían para construir el Nacimiento. Todavía los nacimientos hacen prodigio de creatividad y ocurrencia. Son nacimientos que se parecen a nuestros pueblos: hechos de retazos culturales tomados de todas partes, donde el mal gusto siempre convive con una exótica y tropical belleza.

Navidad Nuestra forma parte del proyecto ĦEl evangelio en vivo! que también incluye la obra El asesinato de Jesús, presentada año con año durante la temporada de Semana Santa.Este proyecto nació en 1984 gracias al apoyo del padre Fernando Bandeira, entonces párroco en la ciudad de El Progreso donde la fragua tiene su sede. Aquel jesuita, militante en algún momento del movimiento de curas obreros en España, poseía unos talentos difíciles de encontrar conjugados en la misma persona: un genio envidiable para la pastoral, un sentido práctico y de buen gusto para la construcción (las iglesias de El Progreso todas llevan la sobriedad y frescura de su estilo), y el vicio nocturno de la lectura. Fernando como buen sacerdote compartía con Cervantes la opinión de que "la mejor voz del mundo pierde de sus quilates cuando no se acompaña con el instrumento, ora sea de guitarra o clavizímbalo, de órganos o de arpa". Por eso entusiasmó a Jack Warner a llevar su teatro por las iglesias para dramatizar los relatos evangélicos. El empujón de Fernando puso a rodar el proyecto que a la larga se ha convertido en el corazón de teatro la fragua, definiendo su estilo y su identidad teatral. Cuantas veces he presenciado o actuado Navidad Nuestra o El asesinato de Jesús, constato como ciertamente la voz del evangelio gana más quilates, más vida y seducción, con el estilo narrativo, la música, los colores y bailes de teatro la fragua.

En su interpretación de la Navidad, la fragua invoca la memoria de varias tradiciones, dando a la obra un carácter universal, haciendo que su mensaje de esperanza pueda ser comprendido por cualquiera no importando su procedencia o su nivel cultural. Navidad Nuestra insiste en la Navidad como la revelación de una buena noticia para toda la humanidad, sin exclusión de ninguna cultura. En este sentido, la obra es un colorido y alegre mosaico teatral donde confluyen las principales tradiciones utilizadas por las culturas de todas partes para celebrar la Navidad. Siguiendo el ejemplo de pintores como Peter Bruegel, cuya recreación del censo de Belén está puesta en el nevado invierno de los países bajos de Europa, la fragua actúa aquellas antiquísimas tradiciones situándolas en el trópico hondureño. Se continúa así una tradición comenzada en Honduras en el siglo XIX, cuando el padre José Trinidad Reyes sistematizó en forma de pastorelas las expresiones y ritos utilizados por los campesinos hondureños para celebrar la Navidad. Estas pastorelas establecieron las bases para el surgimiento del teatro en Honduras.

Por esos días era costumbre que los niños escribiéramos cartas al niño Dios (el mercado-dios y Santa Claus todavía no lo habían jubilado de cartero). Eran cartas ingenuas como quienes las escribíamos, con un lápiz grafito y unas letras accidentadas, para pedir al niño del pesebre los más singulares regalos. Mucho había de humano y de mágico en aquel ritual navideño porque los pedidos infantiles además de solicitar juguetes también solicitaban otros presentes más difíciles de complacer como la paz entre las naciones y la fraternidad entre los humanos.

Navidad Nuestralogra captar el espíritu del tiempo navideño abundante en nostalgias, tristezas, y un deseo profundo de comunión, compañía y bondad. En la penumbra de esos sentimientos se abre el telón para traer la luz de la historia del nacimiento de Jesús. El escenario vibra con las notas de un adagio de Mozart (el octeto para vientos K. 361) y tres actores empiezan la narración de las partes principales del famoso prólogo de Juan, mientras el resto en una bella coreografía llena el escenario con imágenes que proporcionan al público un resumen visual de la historia de la salvación cristiana. Una historia llena de situaciones humanas (demasiado humanas a veces) y repleta de símbolos cuyo horizonte apunta a la convicción, algo devaluada en nuestro tiempo, de que el amor, el compromiso por mejorar nuestra historia empujándola por los senderos de la paz, y la justicia, siempre seguirán naciendo, haciéndose carne y acción comprometida en la vida de muchas personas por el mundo. Es el mensaje esperanzador en un tiempo donde la guerra, el odio, y la violencia siguen estando a la vuelta de la esquina en nuestra interconectada civilización.

la fragua utiliza también las tradiciones teatrales sobre la Navidad aparecidas en la Europa Medieval del siglo XII (en lectura de Jack Warner la época cuando el teatro nuevamente es reinventado en los conventos e iglesias). Concretamente, la fragua incorpora el Auto de los Reyes Magos, un texto clásico rejuvenecido con la energía de los actores que lo proclaman al ritmo de un pegajoso reggae y con el acento y los dichos propios de Honduras. Otro texto medieval que el teatro incorpora es el Rex est natus de La obra de Herodes, que es utilizado durante la masacre de los inocentes, uno de los momentos más dramáticos y fuertes de toda la obra. Soy salvadoreño y es difícil en el contexto de aquella escena no recordar la guerra civil en El Salvador y, concretamente, la masacre del río Sumpul en 1980, cuando tropas del ejercito salvadoreño arrancaban a los niños de los brazos de sus madres para clavarlos en los sables de sus fusiles o para desaparecerlos. Mucho del dramatismo y fuerza de la escena provienen de la utilización del latín original del canto Rex est Natus, que irrumpe marcialmente y atrapa la atención del público, llevándolo por ese momento de horror tantas veces repetido en nuestra historia.

En Mateo y Lucas existen dos versiones de la genealogía de Jesús. Es una lista de hombres y mujeres del Antiguo Testamento de cuya estirpe nace Jesús. El texto es pesado y por eso su importante mensaje (la hermandad de Jesús no precisamente con el bando de los perfectos) queda oculto a un público que no sabe para qué está ese texto en los evangelios, y menos comprende qué tiene que ver esa lista de nombres raros y difíciles de pronunciar con la persona de Jesús. En Navidad Nuestra el soporífico texto de la genealogía de pronto se convierte en un hit de Eminem cuando los actores recurren a los pasos y ritmos del rap para contarlo al público; y teatro la fragua sigue recurriendo al estilo del rap en la narración de varios pasajes importantes del evangelio del Nacimiento.

José y María vuelven a la vida en el cuerpo mestizo de jóvenes del campo y la ciudad que todas las noches, acompañados por una procesión de curiosos y creyentes, caminan por las calles o las veredas pidiendo posada. Un rito que recuerda lo importante de la hospitalidad en una civilización donde ser extranjero es peligroso, y que insiste en los vínculos comunes que compartimos como civilización y como humanos más allá de las fiebres nacionalistas o culturales.

Un componente importante de Navidad Nuestra, además de las presentaciones, son los talleres de teatro que los actores de la fragua imparten a grupos de jóvenes en parroquias rurales y urbanas de Honduras, El Salvador, y Guatemala. Noviembre y diciembre son los meses del año cuando más crece la demanda de talleres de teatro. Con el tiempo estos talleres se han convertido en una terapia que la fragua utiliza para despertar la creatividad de los sectores de jóvenes sin acceso a los centros de educación y cultura. Pero además, los talleres están poniendo las bases y estimulando el surgimiento de una tradición teatral en Honduras, donde se cuentan por miles los jóvenes que han pasado por la experiencia liberadora y formativa de los talleres. El teatro se ha vuelto así una puerta que permite a bastantes jóvenes reconciliarse con su cuerpo y descubrir el poder de su imaginación, haciendo posible que traben contacto con la herencia artística y cultural de lo mejor que ha parido nuestra civilización.

A través de Navidad Nuestra he comprendido la fascinación de Wilde y de tantos otros artistas por el Cristo de los evangelios: allí encontraron la fuente inagotable de una estética de la esperanza y sufrimiento humanos. Por mi parte continúo convencido, porque ha sido mi experiencia, que el teatro es una forma de aquí en la tierra salvar el cuerpo y el alma.















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