noticias tlf

Vol. xxv #2

Septiembre 2004


Gonzalo sin título

Gonzalo Penche




Me llamo Gonzalo Penche, tengo 22 años y soy un estudiante madrileño de teatro. Acababa de terminar el segundo curso en mi escuela de teatro, un año bastante duro en el que he tenido que trabajar mucho. Mi plan para verano no era otro que buscarme un trabajo temporal (a los que soy tan aficionado) y quedarme todo el verano en Madrid ganando un poco de dinero.

Sin embargo mi madre tenía otros planes para mi: un día llegó a mi cuarto y me preguntó por lo que iba a hacer en el verano. Le conté lo que tenía pensado y con una mueca de desaprobación me dijo: "Tú te vas de aquí." "¿Qué?" respondí . "Sí. Como has oído, este verano no te quiero ver en casa, así que ve pensando dónde quieres ir; yo te compro el billete y tú te las arreglas como puedas." Ella se fue, y yo me quedé con cara de tonto mirando al vacío que dejó.

Quizá piensen que mi familia es adinerada y que podemos permitirnos este tipo de cosas así por así. Nada más lejos de la verdad. Lo que ocurre es que mi madre trabaja en Iberia, y los billetes, bueno, son prácticamente gratis para ella y sus familiares. Claro que ya que me tenía que ir de casa durante el verano no me iba a ir a Zaragoza, pero mi gran problema era cómo me iba a financiar la estancia en un país extranjero durante un mes entero, si no tenía un duro y precisamente quería trabajar todo el verano para empezar el curso que viene con holgura. En fin, se me ocurrió: una ONG. Era lo perfecto, no tendría que pagar mucho por vivir ya que las ONG trabajan en lugares pobres, y de paso dedicaría el verano a algo que no fuese yo mismo. Dónde ir y cómo eran mis siguientes obstáculos.

De repente mi tía me llamó diciendo que ella conocía desde su infancia a un cura Jesuita que llevaba de misión en Honduras unos 30 años. Ese era el padre Santi y daba la "casualidad" de que estaba en esos momentos en Madrid y que podía quedar personalmente para hablar sobre lo que yo quería hacer. Él me preguntó qué es lo que yo sabía hacer y le contesté que era actor; me comentó que en su ciudad estaba el teatro la fragua y que parecía el sitio ideal para aterrizar. Tras esto, hubo un mes de contactos vía e-mail, entre Santi (ya en Honduras), yo y el padre Jack, el encargado del teatro. Durante este mes, fue confirmándose que dormiría en casa de una familia local de El Progreso y trabajaría en el teatro. Como iba poco tiempo, no estaba claro si me iba a poder incorporar a alguna de las obras que ya estaban en marcha.

Salí hacia Honduras el 24 de Julio a las 12 am hora local de Madrid, y tras 12 horas de viaje, incluyendo una escala en Miami, llegué a las 18 pm hora local de Honduras. El país desde el aire, y a plena luz del día, es como un paraíso: tiene montañas verdes de las que salen numerosos ríos que culebrean hacia el Caribe. Hay mucho paisaje verde y pocas carreteras y otros signos de civilización. Esto, debo confesarlo, me produjo un escalofrío de emoción: me embarcaba en una aventura que duraría un mes y medio prácticamente.

El Progreso es una ciudad que tiene pocas calles pavimentadas; el resto son calles de tierra muy descuidadas llenas de agujeros y rocas sueltas. La gente suele ir en coche, autobús o bici. De estas últimas hay muchas, y más tarde, Jack me conseguiría una para desplazarme por la ciudad. Me sorprendió mucho la pobreza de la gente y del gobierno, que no es capaz ni de pavimentar las calles de sus ciudades. Hay propaganda de los políticos por todas partes y eso que ni siquiera están en elecciones; las caras de los distintos candidatos a las elecciones del 2006 están en todas partes, y a los tres días me sabía bastantes nombres y caras. Solo con verles la cara pensé "nunca les votaría": tras esas sonrisas no pude evitar ver corrupción y engaño.

En esta ciudad no hay nada bonito, ni una estatua decente ni un monumento mencionable; el único signo de urbanidad es un parque que ocupa una manzana del centro pero que está lleno de pobres, borrachos y mendigos. Las casas de la gente son en su mayoría edificaciones de un piso pequeñas y en las que suele vivir una familia entera junto con gallinas y perros. La casa donde yo vivo pertenece a la familia Gómez-Nolasco y uno de los miembros es Wilson, un actor del teatro. La casa es de dos pisos y podría estar en un barrio de clase media de cualquier país desarrollado. Y di gracias a Dios por eso, puesto que en el barrio no hay muchas como ésta. Las empresas de luz y agua dejan mucho que desear y frecuentemente hay cortes de agua, y alguna vez cuando llueve, se va la luz. La gente acepta esas circunstancias con resignación y sin hacer mucha polémica sobre el asunto. Son gente muy alegre comparada con los habitantes de España que tienden más a la amargura y al estrés. Aunque en detrimento suyo yo diría que son conformistas, quizás demasiado.

El teatro es una edificación grande que antes de pasar a manos de los Jesuitas era de una de las compañías bananeras, que tanto dominaron/dominan la política y el porvenir del país. Es un teatro con sitio para unas 300 personas con el escenario rectangular no elevado; las graderías se levantan a los lados y en frente. Dispone de lo necesario, back-stage, taquilla, zona de control de la iluminación, oficinas con Internet e incluso una terracita con venta de refrescos. La verdad es que el sitio me encantó y me pareció que estos actores tienen suerte de tener un sitio así para trabajar: en España es difícil encontrar un espacio así.

Los actores me recibieron muy amablemente y con el tiempo me convertí en uno más del grupo y ya les considero mis amigos. En el teatro se trabaja a buen ritmo: ejercicios físicos y vocales hasta las nueve y ensayos hasta las 12, incluidos algunos días en los que hay clases de baile. Luego por la tarde de 14 a 17 más ensayo. Parece ser que a todos les gusta España y en las primeras semanas hubo mucho de que compartir, comparando los dos países, desde costumbres a palabras que en España significan una cosa y en Honduras otra. No pude dejar de pensar en que estas personas tienen mucha suerte, ya que su país es muy pobre y ellos pueden estar trabajando en algo tan excitante y maravilloso como es el teatro con sueldos fijos y durante todo el año.

Parece que tuve suerte porque el primer fin de semana iríamos a una aldea Garífuna que se llama Sangrelaya; tendría la oportunidad de estrenarme con el teatro haciendo unos cuentos infantiles como parte de la celebración de la ordenación de un Jesuita garífuna.

El viaje a Sangrelaya en bus amarillo es largo y penoso; da la impresión de que en cualquier momento las ruedas o los bajos se van a quedar atrás, especialmente en la segunda mitad del trayecto, donde la carretera se convierte en un camino de piedras sueltas y agujeros que amenazan con tragarse al carro y a nosotros con él. El polvo. El polvo en este tramo, entra por las ventanas al paso del bus, cubriéndonos a todos y haciéndonos parecer 40 años más viejos de lo que en realidad somos. En el bus viajábamos los del teatro y un nutrido grupo de gente de El Progreso. Todo el mundo parecía conocerse, pero yo no tenía ni idea de quienes eran ni de que harían cuando llegásemos.

Los Garífuna son una raza negra que habitan una cadena de aldeas en la costa caribeña de Honduras. Sangrelaya es una aldea aislada y a ella no se puede llegar por carretera; uno sólo se puede acercar en coche lo suficiente como para tomar una decisión: andar por la playa o ir en lancha. Así que después de unas 7 horas metido en el bus decidí por la playa. El grupo de caminantes (bastante numeroso) nos internamos en un caminito, que a su vez lleva a la playa. Antes de llegar a la costa, sin embargo, hay que cruzar un río. Esto resultó ser un problema para algunos pero yo, cubierto de polvo, vi al río como la oportunidad ideal para limpiarme.

Después de ver como el chaval negro que nos acompañaba se metía en el agua dándonos a entender que el tránsito por aquel río era seguro, no lo dudé; me despojé de mi ropa hasta quedarme en calzoncillos y después de cruzar y dejar mis cosas en la otra orilla me zambullí entero, quitándome el molesto polvo de todo el cuerpo. Me sentía como un gigante pues el agua apenas me llegaba a la cintura, mientras que alguno de los que cruzó como yo les llegaba al pecho. Luego de esto, Wilson, el chaval garífuna y yo ayudamos al resto de los compañeros que no se querían mojar a pasar el río, deslizando un viejo y agrietado cayuco por encima del agua.

La caminata por la playa, una vez salvado el obstáculo, estaba pues servida. El mar estaba tranquilo, y a través de la arena blanca comenzamos a andar con el sol a nuestra izquierda poniéndose por encima del mar y la vegetación con palmeras y otros árboles verdes a nuestra derecha. El paisaje continuó así hasta el final, y con el tiempo pensé que era como caminar por el centro de una enorme bandera de tres rayas: una azul, una blanca y una verde. Ver una playa tan extensa completamente vacía me es totalmente ajeno; en España tal cosa es impensable. Las playas de mi tierra, y más las que son así de extensas, están llenas de bares, discos, restaurantes, hoteles, parking y todo tipo de facilidades para los millones de turistas que año tras año vienen a disfrutar de nuestro sol. Ese vacío me tranquilizaba, y por dentro, me llenaba de paz. Ocasionalmente nos cruzábamos con grupos de aves que huían remontando el vuelo, e incluso un cangrejo de ojos saltones se cruzó en nuestro paso hacia la aldea. Por fin, tras una hora, pude ver un humo a lo lejos en el cielo que sin duda indicaba la presencia de la aldea.

Sangrelaya está situada muy próxima al mar, justo en la frontera entre la arena y la vegetación, y sus habitantes vivirán principalmente de la pesca. Las pequeñas casas, de un solo piso, están todas hechas de madera, la mayoría pintadas de un verde turquesa que contrasta con el verde mas oscuro de la vegetación que la rodea. El césped del suelo se mezcla con la arena de los caminos y en esta ocasión los habitantes habían colocado unos hilos que iban de techo a techo portando unos triangulitos de papel de colores dándole un ambiente festivo al lugar. Otra de sus principales fuentes de alimentación deben de ser las gallinas; hay numerosas casas en cuyos jardines habitan estos animales y también un gran número de perros, la mayoría muy delgados por falta de comida.

Las únicas edificaciones de más de una planta son la residencia de las monjas, dos pequeños "hoteles" que normalmente sirven de escuelas y la iglesia, hecha toda de madera, pintada de la misma verde turquesa y cuyo campanario llega a lo mas alto destacando sobre todas las demás edificaciones. Por dentro está hecha de madera de caoba, y las pinturas de los Garífunas se mezclan con el clásico simbolismo cristiano, dando lugar a una mezcolanza de culturas que en nada se parece a los lugares santos cristianos de toda Europa. Me llamó especialmente la atención que en la pared de detrás del altar no destacaba la típica cruz cristiana sino una cruz griega. El interior de esta iglesia es uno de los lugares religiosos más bonitos en los que he estado, por su sencillez y su humilde belleza; y aproveché el momento de soledad en el interior de la iglesia para sentarme en un banco y meditar unos segundos, acto que me valió para llenarme, por un instante, de esa calma y paz que sentí cuando andaba por la playa, pero esta vez sin los rigores de la caminata.

A los compañeros de viaje de Progreso nos tocó dormir a todos juntos en el piso de arriba de una de las escuelas, y suerte tuve de poder agenciarme una esterilla y un lugar para dormir pues si no me hubiera tocado compartir un colchón con alguien, y evaluando el calor que podría hacer por la mañana esa no parecía la mejor opción (la mañana siguiente confirmaría este pensamiento). Resuelto esto, me dispuse para ver el atardecer en la playa. Que fue precioso con el mar plano como un espejo azul y el sol de un rojo intenso ocultándose rápidamente en el horizonte. En Honduras el sol se pone a más velocidad que en España: se despidió el antiguo dios de los Mayas, dando paso a una noche que se anunciaba divertida y emocionante. Divertida porque el ambiente festivo que vivía la aldea se empezó a caldear a medida que entraba la oscuridad, y emocionante porque en esa oscuridad yo me estrenaría delante del público con mis nuevos compañeros del teatro la fragua, una experiencia que, aunque de dos frases, yo tenía muchas ganas de vivir y que esperaba con ansia.

En la cena tuve la oportunidad de probar el casabe, que es la torta de los Garífunas y a decir verdad no me gustó mucho así que se la acabó comiendo un perro hambriento de los muchos que había montando guardia y al acecho para comerse cualquier cosa que los humanos pudiésemos dejar cerca. Sin embargo, y a pesar de mi curiosidad, había algo de lo que no me había dado cuenta… Un jesuita Español de Burgos llamado Sebastián que estaba sentado a mi lado observó cómo le daba mis restos de comida a un pobre perro y sorprendido me llamó la atención sobre un hecho: los chavales de la aldea también estaban montando guardia al acecho de los restos de nuestra comida. Esto me sorprendió sobremanera pues aunque era evidente para mí que la gente de Sangrelaya era pobre, nunca me imaginé que podrían estar hambrientos. ¡Perros y humanos al mismo nivel! Eso sí que es insólito en mi experiencia y me dio mucho de que pensar, especialmente sobre el trabajo que la fragua y yo veníamos a hacer aquí: sacarle, con nuestros cuentos infantiles una sonrisa a estos chavales que andan (y me resulta duro escribirlo), a la par que los perros, en busca de comida.

Después de la cena, con la luna llena iluminando la noche bien entrada, los niños de la aldea se colocaron en frente de nuestro "hotel" y comenzaron a tocar sus tambores y a bailar, excitados y nerviosos por los flashes de las fotos y la mirada divertida de los visitantes, no sólo de El Progreso, sino también de El Salvador y de otros lugares de Honduras. Sin embargo no había ni un solo signo que indicase que la fiesta estaba organizada. ¿Dónde íbamos a hacer el show?

Así que fui a buscar a Jack. Yo estaba preocupado, y llegué a pensar que no haríamos nada, puesto que se hacia tarde, y no había ningún signo de organización; pero esto es Honduras, y ni siquiera, esto es una aldea aislada de Honduras. Cuando encontré a Jack no había ningún signo de preocupación en su cara y eso me tranquilizó, seguro que estaba todo organizado. Pero no, a pesar de su aparente despreocupación Jack me comunicó que no tenia 'ni la mas remota idea' de dónde o cuándo se iba a montar el espectáculo. Caí en la decepción; después de todo, me convencí, no iba a haber show y mi estreno tendría que esperar. Mientras yo me hundía en estos pensamientos llegó Wilson; había hablado con la gente del pueblo y ¡le habían dicho que seria en la cancha de baloncesto! ¿Cancha de baloncesto? Me pregunté animado de nuevo, que yo sepa no he visto nada que se parezca a una cancha de baloncesto. Pero sí, aparentemente existía una y estaba bien cerca de nuestro "hotel".

Efectivamente hay dos canastas puestas en medio de la arena más o menos en el centro de la aldea (no me pregunten como botan la bola), al lado de una pulpería y de una ¡discoteca! (una cabaña de madera, de la que salían luces rojas y azules y una música típica del lugar). Los tambores y la gente, aldeanos y no aldeanos, se movieron al lugar, formando un círculo entorno a los músicos del tambor, que tocaban ritmos y cánticos que bien podrían ser sacados de la selva africana. Me surgió otra preocupación: la iluminación posible (aparte de la luna llena) era una bombilla que estaba puesta en el exterior de la casa más cercana a la cancha. Eso no podía cambiar, pero entonces deberíamos situar a la gente de espaldas a esa casa para que pudieran ver un poco de nuestras caras, y de nuevo fui a Jack. "No te preocupes, se moverán de manera natural," fue su respuesta. Bueno, en este punto me resigné a preocuparme de nuevo por cualquier tipo de organización, al parecer las cosas aquí ocurrían "de manera natural."

Y así fue, o más o menos. Cuando íbamos a empezar (no sin las indicaciones de los actores), la mayoría de las personas que, si estuviéramos en un teatro estarían 'en' el telón, se apartaron, pero el espectáculo no se libró de ocurrir en medio de un círculo puesto que después de las indicaciones, más personas llegaron a ocupar los huecos libres. El concepto de 'Back Stage', como muchas otras cosas, no ha llegado a Sangrelaya, igual que el concepto de 'teatro en escenario circular', que yo sepa, no ha salido de la aldea. La cosa fue bien, los cuentos gustaron y entretuvieron durante 40 minutos a la gente, que se reía con las bromas y participaba en las canciones y frases que se repetían, y yo me estrené como la sabia tortuga y dije mis frases, que a pesar de mis intentos, dejaron un toque exótico ya que mi acento era distinto al del resto. Los actores que andábamos por los suelos nos llenamos de arena, y yo casi toco bien la concha marina para hacer el sonido del barco. Por tanto teatro la fragua consiguió su objetivo, hacer reír a los niños, y como dice mi tortuga: Olvídate de ayer y acepta la belleza de hoy. ¿Por qué ese afán de buscar a ayer cuando hoy es más hermoso?






Para hacer una contribución al trabajo de teatro la fragua :


Contribución en línea

 

Contribución por teléfono

 

Contribución por correo

Cliquee aquí para hacer una contribución en línea con una tarjeta de crédito.  Toda contribución en línea está en el sistema GeoTrust para la máxima seguridad en línea.

 

Llámenos desde dentro de los Estados Unidos a 1-800-325-9924 y pregunte por "the Development Office" (sólo inglés).

 

 Mande un cheque para teatro la fragua a:

teatro la fragua

Jesuit Development Office

4517 West Pine Boulevard.

Saint Louis, MO 63108-2101

EE.UU.



Volver al índice de noticias tlf

Volver a la página principal de tlf

Escríbanos al teatro la fragua

Copyright © 2004 por teatro la fragua