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Vol. xxviii #3

Septiembre 2007



Habla Tampico

-- Willie Gould




Mi relación con teatro la fragua comenzó en 1987 cuando mi padre Peter Gould y su compañero de actuación Stephen Stearns llegaron a Honduras como embajadores culturales del estado de Vermont. Ellos estuvieron de gira por el país durante un mes presentando un dueto de Mimo y Payaso. Jack Warner ya había leído una obra de ellos titulada Un Campesino de El Salvador; los contactó e invitó a venir a El Progreso. Tenía tres años de edad cuando miré los videos y oí las historias de su viaje. Mi tío quien acompañó al dueto durante el viaje, regresó enfermo; había contraído una infección que me contagió, así que podríamos decir que desde muy pequeño cargo un pedacito de Honduras y la fragua dentro de mí. Crecí viendo año con año el calendario anual de la fragua que siempre estuvo colgado en la cocina junto al teléfono. Un dato curioso es que siempre creí que fragua significaba en español "rana," pues la palabra rana en inglés se escribe "frog." Por suerte mi padre me corregió antes de embarcarme para Honduras.

Por fin 20 años pasaron y me tocó a mí venir a teatro la fragua. Durante mi último año de universidad fui premiado con una beca para estudiar durante un año en proyectos de teatro independiente en Europa, Centro y Sur América. Mi padre se puso en contacto con Jack, quien tuvo la gentileza de invitarme a venir y unirme al grupo. Comenzó mi aventura en julio del 2006 y diez meses y siete países más tarde arribé en El Progreso.

Cuando llegué habían pasado dos días desde que se estrenó una nueva versión de Cuentos Hondureños, pieza clave de su repertorio desde los años ochenta y que está basada en la mitología y cultura centroamericana. En ella se pueden apreciar un mito indígena sobre el origen del maíz, una adaptación del poema "Los Motivos del Lobo" del nicaragüense Rubén Darío, y una de las historias de "Tío Conejo y Tío Coyote".

Durante este último año tuve la oportunidad de ver muchas obras teatrales: desde los anfiteatros en Grecia a la Real Compañía de Shakespeare en Inglaterra, del Festival Fringe en Escocia a los grandes teatros y actuaciones callejeras de Santiago de Chile, Buenos Aires, Argentina y Río de Janeiro. Sin embargo para mí el ver Cuentos Hondureños por primera vez, fue como una brisa de aire fresco. Sin escenografía, vestuario mínimo, poca utilería, simples guiones pero con asombrosa expresión corporal, el espectáculo me impresionó mucho más que la mayoría del teatro que observé en mis viajes. Pero lo que más me sobrecogió fue la reacción del público, un grupo de estudiantes de secundaria; gritaron, silbaron, aullaron, rieron y aplaudieron. Cuentos Hondureños no es una obra esotérica que nadie puede entender: es teatro para el pueblo, una simple representación hondureña y centroamericana de cultura y mitología con la que cualquiera se puede identificar y disfrutarla al máximo. Aunque como gringo no entendía todas las referencias, bromas ni chistes en la obra, mis primeros días en la fragua me los pasé sentado en el auditorio disfrutando y gozando el trabajo de mis nuevos amigos. No tuve que esperar mucho para unirme a la diversión.

Después de ensayar el espectáculo una vez, fui enviado con la compañía de gira a un pequeño pueblo en las montañas. Mi participación era sencilla: sólo tenía que acompañar con mi guitarra en dos historias. Aún así estaba nervioso. -No te preocupes- me dijo Jack -los críticos no son muy exigentes en Yoro. No es Nueva York.- En efecto, el pueblo ni siquiera tenía semáforos.

A comienzos de mi segunda semana, Jack me llamó a su oficina. Estaban reestructurando Cuentos Hondureños y me pidió entretener al público mientras los demás actores se cambiaban de vestuario. Sin dudarlo acepté, y dos días después salí al escenario como Tampico el Payaso, actuando para un teatro lleno de colegiantes. Poco a poco la voz corrió por la ciudad. Fui invitado a "Buenos Días Progreso," un programa matutino de los viernes en la televisora local, y ese mismo día por la noche la gente empezó a llenar el auditorio sabiendo de antemano los coros de mi versión original hip hop de la canción "Los Tres Cochinitos." Obviamente que con mi pálida piel, mis ojos azules y mi pelo rubio y rizado, era difícil pasar desapercibido cuando andaba por las calles. La gente comenzó a reconocerme y empezaron a gritarme desde sus carros o de las aceras: "Tampico".

Me costó poco tiempo acostumbrarme a la fragua; aparte de actuar en Cuentos Hondureños tuve la oportunidad de enseñar talleres de clown y malabares al resto del grupo y juntos comenzamos a desarrollar una pieza de clown basado en más cuentos de Tío Conejo y Tío Coyote. Mi cumpleaños llegó, era 31 de mayo, un día normal de trabajo. Me presenté a las 8:00 a.m. como era mi costumbre. Nadie me deseó feliz cumpleaños, ni siquiera Esteban Canales quien era mi compañero de casa, pero todos se mostraban un poco extraños conmigo. Comenzamos a ensayar lo que estábamos montando: en una de las escenas, uno de los actores debe traer una caja al escenario. Sin embargo el grupo insistió en que la caja permaneciera en escena desde el principio. No quise discutir y la caja se quedó allí. Rato más tarde, los actores debían de mirar dentro de la caja, pero esta vez todos me invitaron a ver dentro también. Esto no estaba dentro del guión ni era parte del cuento y me irritó un poco, pero como recientemente les había enseñado unos ejercicios de improvisación, decidí seguirles el juego. Miré dentro de la caja y para mi sorpresa, había un pastel de tres leches con la frase Felicidades Willie escrita encima. Comimos pastel e hicimos malabares todo el resto de la mañana.

Mi padre no había regresado a la fragua desde su primera visita. Cuando le comenté lo bien que me la estaba pasando, decidió venir a Honduras para unirse a nosotros por una semana. Él y yo montamos un espectáculo De tal palo, tal astilla para un buen grupo de espectadores en la fragua. Permítanme describir la escena para ustedes: Mi padre vestido con una camisa hawaiana, un casco de ciclista, careta y gorro de natación y con salvavidas inflables en sus brazos, parado en una escalera de 2 metros, explicándole al público con un kazú que está a punto de hacer un clavado hasta una pequeña caja en el escenario. Yo entro y digo: Papi +Qué haces? Estamos actuando en teatro la fragua, acaso +No significa nada eso para ti? Casi 30 años de teatro con responsabilidad social dentro de estas paredes y tú payaseando con esa escalera.

Como muchos sabrán, el edificio donde funciona la fragua desde 1979 era el Club Social de la United Fruit Company. Afuera del auditorio aun se observan restos de la piscina donde ejecutivos de la compañía bañaron con sus familias. Cada mañana al llegar al teatro me embarga un gran sentido de justicia, sabiendo que este edificio que en alguna ocasión hospedó hombres responsables de la caída de gobiernos progresivos y que propusieron dictadores en nombre del beneficio económico de pocos, es ahora hogar de teatro la fragua. En un país donde la política, la economía y la cultura siguen siendo dominadas por las ideas extranjeras, teatro la fragua continúa siendo un motor que con fuerza lucha por preservar la cultura e historia de Honduras y Centro América.

--Traducción: Carlos Mendoza







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