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Vol. xxviii #4

Diciembre 2007



Regresando a la fragua

-- Peter Gould




Por la ventana veo que la hélice vierte gotas de lluvia. Es tercera vez que llego a Centroamérica el primer día de la temporada de lluvias. Miro abajo y veo unas pocas luces urbanas destellando en medio de una gran área oscura: montañas, cañeras, plantaciones de bananos. El avión aterriza y atravieso el pavimento húmedo del Aeropuerto Internacional de San Pedro Sula. La última vez que estuve aquí, Honduras parecía un campo armado. En aquel entonces había llegado como interprete de teatro, como embajador de arte de Vermont, como guionista que había escrito para ayudar a los norteamericanos a entender la "guerra civil" en El Salvador. Eso fue hace mucho tiempo.

Los inspectores de aduana son amistosos. Se interesan en mis bolas para malabares, mis pañoletas de seda, mis camisas hawaianas, esos pantalones graciosos. Pero el gran martillo rojo de plástico es lo que causa la mayor conmoción. Cuando finalmente puedo abrazar a mi hijo Willie Gould, me pregunta: "+Porqué tardó tanto, Papá?". Le cuento todos los detalles de cuantos empleados del aeropuerto habían pedido y recibido un golpe en la cabeza con el martillo de payaso que tanto ha viajado.

Esteban Canales, joven actor y firme chofer, conduce el viejo microbús de la fragua hacia el este, camino a El Progreso. Willie lleva dos meses como practicante en la compañía. Me comenta sobre como ha compartido sus habilidades malabaristas con la tropa, sobre la gira que hizo con ellos interpretando a Tampico el Payaso Gringo, sobre el nuevo espectáculo que está dirigiendo -- "Más Aventuras de Tío Coyote y Tío Conejo" -- el que pronto se convertirá en parte del repertorio. Miro la carretera oscura y húmeda, luego las maquiladoras donde los trabajadores nocturnos trabajan ensamblando camisetas y gorras de baseball, y luego a los luminosos y rojizos rótulos que marcan la entrada de la ciudad: Dunkin' Donuts, KFC, Popeyes.

El vigilante nos abre el portón, y atravesamos el solar de la casa. Jack Warner nos espera. Salimos al pueblo a una deliciosa cena típica de carne asada y bananos verdes fritos. Un toldo permanente nos proteje de la lluvia. Hablamos de teatro, política, historia, economía global, tráfico de drogas, cambios climáticos. Es una bendición ver el brillo en los ojos de Jack, y los años que pasaron desde que yo estuve aquí la última vez, desaparecen.

Durante los próximos días me vuelvo a enamorar de este rincón de Honduras. Es caliente como siempre, pero ahora la vida de plantación bananera ha abierto paso a una confusión de tiendas y puestos de celulares, computadoras, jugos naturales, pollo frito, muebles para el hogar, clases de inglés, redención, rayos-x, lentes de contacto y las mejores baleadas (una variante hondureña de la empanada) de las Américas.

Recorro la ciudad en una bicicleta prestada, cruzo el viejo bulevar, y giro a la izquierda para llegar al antiguo club social de la compañía bananera. Grandes palmeras escoltan la entrada donde ahora funciona el teatro. Willie ensaya con la tropa, mientras yo me siento en la oficina de Jack y discutimos ideas para un programa de Master en Teatro para el Cambio Social, que pronto quiero estar iniciando en Vermont. Uno podría explorar el mundo entero sin encontrar mejor fuente para señalar los mejores libros para leer, la gente para contactar en Europa y América Latina, y por historias personales de cómo teatro la fragua ha fraguado su identidad a través de una lucha de tantos años.

En este país cambiado, país de fábricas textiles en la punta tecnológica, violencia de maras, tráfico de drogas, padres ausentes, y una clase media en crisis económica continua, teatro la fragua sigue sobreviviendo. Jóvenes en uniformes limpios llenan los asientos, juntos con sus papás quienes experimentaron las primeras dramatizaciones del Evangelio en los '80. Todos se ríen y aplauden y silban, y escuchan. Teatro en vivo crea comunidad. Y sirve de antídoto a la televisión con su aislamiento, comercialismo e imágenes con frecuencia negativas de las mujeres y los obreros. Y los Cuentos Hondureños mantienen viva una tradición folclórica que es humilde, cercano a la experiencia diaria y a la naturaleza.

Al acercarse el fin de semana, salgo de la oficina y entro al escenario para ensayar. He llegado a El Progreso para actuar. Durante dos días organizo utilería, practico saltos de payaso desde una escalera alta, y ensayo rutinas de malabarismo y canciones con Willie. Afiches para nuestra presentación aparecen en postes de luz por toda la ciudad. Tampico y su Padre, el payaso gringo y su papá.

El sábado en la noche, Walter baja las luces de la sala y Willie espera su entrada tras las graderías. En la luz, el Padre Jack me presenta a mi. Salto de mi escondite entre el público con la nariz roja, sombrero flojo, corbata loca y camisa hawaiana. Brinco y me siento en las piernas de una mujer en la segunda fila que habla por su celular. La golpeo con el martillo rojo de plástico, agarro el teléfono, sea quien sea a quien esté hablando recibe un regaño de mi kazú hispanohablante, y estoy, sin lugar a dudas, de nuevo actuando en el escenario del teatro la fragua después de una ausencia de veinte años.

Actuando con mi hijo en una noche tropical caliente en un escenario con una historia tan digna - dos payasos ridículos lejos de casa, en nuestro dueto De Tal Palo, Tal Astilla - me siento tan alegre y contento como se pueda sentir.

La mañana siguiente le toca a Jack. No es una obra de payasos, sino que un sencillo cuento folclórico con un mensaje universal. No en un escenario, sino que en un altar: donde el teatro comenzó. En la iglesia que da al parque central de El Progreso, Jack habla del milagro de los panes y los pescados. Mira al público sentado en las bancas. Entre ellos estamos Willie y yo.

Dice, Yo creo que no era un milagro. Sólo que los apóstoles vieron a cinco mil personas allá, y sintieron temor y hambre, guardando lo poco que tenían. Decían, ¿Cómo podemos darles de comer a todos?

"Empiecen a compartir lo poco que tienen," dijo Jesús, "y observen lo que pasará." Entonces, sin ganas, repartieron los panes y pescados, y - aquí viene el milagro - alguien de la gente sacó una cebolla, otro unas costillas, otro un nabo. Y cuando se había compartido todo, el gran guisado sobró para todos.

Jack le dice al público: "Nuestro país de Honduras tiene recursos suficientes para todos. Sólo tenemos que aprender a compartirlos mejor." Willie y yo miramos alrededor y vemos a todos inclinando la cabeza en aprobación.

teatro la fragua lleva mensajes semejantes a todas partes de Honduras, y a veces a otros países del mundo, en un lenguaje de comedia física que todo el mundo puede entender. Llegan a un pueblo en un microbús viejo, cargado de risas, justicia, la verdad, y sencillos mensajes de compartir. la fragua no es un milagro, pero es único en este mundo. En esta temporada de generosidad, favor acordarse de nuestra obra con una contribución a este trabajo.

[Dr. Peter Gould, Ph.D., es veterano de miles de actuaciones y centenares de talleres, residencias, y conferencias para estudiantes de todas las edades. Vive en Brattleboro, Vermont.]

--Traducción: Carlos Mendoza







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