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Vol. xxxviii # 1

Septiembre 2017


Honduras:
no tan mal como la pintan algunos
--David Inczauskis




 Era una tarde ardientemente calurosa en El Progreso, Yoro, Honduras, e iba a tomar mi siesta. Giré el ventilador hacia la cama y me acosté. Cuando mi cabeza ya yacía sobre la almohada, mi celular tiró un “blip” agudo. Lo levanté y vi un mensaje de Edwin, un joven y relativamente nuevo actor del teatro. Me invitaba a una apetecedora sopa de frijoles en su casa no tan lejos de la mía. La pancita estaba más leve que los ojos, así que me vestí de nuevo, agarré mi sombrero, y salí a la calle.

La casita de Edwin era humilde. Tenía una cocina, una sala, uno o dos dormitorios, y un patio. En las paredes había varias oraciones en cursiva y un cuadro de Moisés a la orilla del Mar Rojo. La sopa casi hervía. Nunca he llegado a entender por qué es un fenómeno culinario en esta ciudad tan abrasadora. Me hizo sudar más, pero supo riquísima.

Después de la comida, charlamos e hicimos un tour en la colonia. Me enseñó el parque con su campo de juegos y su canchita de fútbol pavimentada. Los guirros y los adultos jóvenes se juntaban allí por la noche para jugar, chismear, y meterse en líos. Me enseñó el lugar a donde un amigo suyo se arrastró después de ser tiroteado, pero me aseguró de que ya no había tanto peligro porque la comunidad estableció un equipo de guardias armados para proteger las cuatro entradas a la colonia.

Volví a casa esa tarde. Me sentía agradecido por la comida y la amistad, y le mandé a Edwin un pequeño mensaje de gratitud por WhatsApp. Pronto me contestó, “De nada, David. Te queremos enseñar que Honduras no es tan mal como la pintan algunos.” El texto me hizo sonreír, y me ha pegado como una descripción particularmente adecuada de mi tiempo con teatro la fragua.

Si caminas por El Progreso con una mente norteamericana como la mía, se supone que varias cosas te llamarán la atención. Hay perros salvajes por todas partes, y ninguno está “arreglado.” De las bocas de hombres jóvenes y viejos, oirás frecuentemente frases como puta madre, verga, y culero. Casi una mitad de la población parece tener su arma de fuego. Todo el mundo siempre te dirá que tengas cuidado—y con razón. Si eres blanco y macho como yo, muchas personas se reirán, te señalarán, y te llamarán, “Gringo.” Algunas mujeres te van a llamar guapo, y otras te llamarán rico. (Y otras guapo y rico.)

Sin embargo, si por casualidad pasas por teatro la fragua, verás prácticas de ballet y ensayos generales, chigüines en tutus y hombres con sombreros chistosos. Oirás harmonías musicales y voces teatrales expresando una variedad amplia de emociones. Claro, también te darás cuenta de muchas de las características arriba descritas; pero llegarás a entender que, con teatro la fragua, Honduras te sale no tan mal como la pintan algunos.

El teatro es un género de los deseos. Las emociones y los sueños encuentran su forma en el escenario, y lo hacen en vivo. He tenido la oportunidad de ver este proceso en la fragua. A pesar de que mi meta principal era una publicación académica sobre algunos guiones del teatro, también pasé tiempo con los actores durante sus ensayos y ejercicios teatrales. Quería entender algo de su oficio ya que la actuación siempre me ha sido una profesión misteriosa.

Una vez, hicimos ejercicios de Teatro de los oprimidos del brasileño Augusto Boal. Los actores tenían que hacer una escena congelada que mejor describiría uno de los problemas sociales de Honduras. Tras una conversación sobre numerosas posibilidades, dicidieron escenificar la emigración hondureña a Estados Unidos. Jazmín, elegida la directora, compuso una escena que tocó varios aspectos del tema. Dividió el escenario en tres partes. La primera mostraba a un ancianito trabajando duro en el campo. Su cuerpo tenía señales de mucho estrés. Iba a mudarse a Estados Unidos para encontrar un empleo que un hombre de su edad y salud podía aguantar. La segunda representaba un padre despidiéndose de su esposa y sus hijos. Todas sus caras estaban tristes. La cabeza del padre se dirigía a su familia para mostrar que salía por necesidad económica, no por placer. La tercera demostraba a dos jóvenes relajándose y fumando marihuana. Iba a ir para el norte porque el líder de su pandilla les había pedido que traficaran drogas por la frontera entre USA y México.

La segunda parte de los ejercicios consistió en un cuadro congelado de un Honduras ideal. Jazmín cambió la posición del obrero anciano para demonstrar que había encontrado dentro del país que podía aguantar con sus limitaciones físicas. El padre de familia abrazaba a su mujer y sus hijos. Toda la familia llevaba rasgos de paz y consuelo. Los jóvenes que antes consumían drogas ahora gozaban de actividades no ligadas a las maras. Honduras se había transformado en una utopía (por lo menos en el teatro durante esos quince minutos).

La última etapa del ejercicio fue una conversación sobre cómo Honduras podía viajar desde el problema a la solución. Este paso fue sin dudas el más difícil. Había muchas ideas, pero dos prevalecieron. Primeramente, hablaron de estructuras gubernamentales y programas que favorecían a los pobres. El dinero para los proyectos de desarrollo se gastaría en dichos proyectos; no desaparecía en un abismo de contratos privados y malversación. La gente elegiría a nuevos líderes políticos que no fueran miembros de las pocas familias que siempre han controlado los recursos del país. Segundamente, se enfocaron en el nivel local. Las familias se mantendría juntas, los esposos se serían fieles, y la gente tendrían fe en Dios. Los padres serían modelos de comportamiento para sus hijos. Los hombres respetarían la dignidad de las mujeres.

Este ejercicio teatral hizo salir las aspiraciones más santas de los actores. Sus sueños se encarnaron en el escenario. De algunas formas, la actividad de Boal es un microcosmos de la misión de la fragua. El teatro es un género de deseos, y el teatro, a través de sus producciones, le pone a la gente en contacto con sus deseos en un ambiente que de otra manera los mata. Los viernes y los sábados después de una semana de trabajo duro, los hondureños del Progreso pueden unirse para compartir las esperanzas de los actores y acordarse de lo que buscan—un Honduras mucho mejor que algunos la pintan.

David Inczauskis, S.J., es un escolar jesuita de la Universidad de Loyola en Chicago, donde estudia la literatura hispana y la filosofía social. En Chicago también es maestro de clases de religión en una escuela primaria, capellán a varios grupos estudiantiles, y director espiritual en la tradición ignaciana. Durante el verano de 2017, vino a teatro la fragua para escribir un trabajo académico sobre algunos guiones, y espera seguir escribiendo sobre la fragua en el futuro.








 

 

 

 

 

 



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