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Vol. xxxix # 1

Abril 2018


Tatuajes y tutúes
-- David Inczauskis sj




 la fragua presentó El asesinato de Jesús en un presidio el viernes pasado. Después de un viaje de 15 minutos por el célebre barrio Palermo, llegamos al portón del presidio y tocamos. Un joven llevando ropa informal y un fusil abrió una ventanita del portón. Le dijimos que éramos del teatro y del pastoral penitenciario. Se sonrió y abrió el portón. Pasamos por la entrada y entramos en una especie de patio polvoriento donde compartimos nuestras tarjetas de identidad con las autoridades.

Llamados uno por uno, pasamos por otra puerta al presidio mismo. Tatuajes abundaban en piel sin mangas. Dos presos nos llevaron por pasillos, puertitas, y otro patio hacia la sala que sería nuestro escenario. En el patio los presos escuchaban reggaetón. Prendas y sábanas colgaban de tendederos que traspasaban todo el espacio. Tuve que agacharme varias veces para cruzar. Todo el mundo parecía mirarnos. Nuestra presencia creó cierto interés.

La sala se llenaba poco a poco mientras los actores se orientaban en el escenario provisional. Justo antes del comienzo de la obra, unas cincuenta sillas se habían ocupado. Los presos y los guardias se reunían en el pasillo fuera de la sala. Intentaban acercarse para ver y escuchar lo que iba a suceder. Agarré un asiento en el fondo, al lado de dos presos políticos que habían sido llevados al presidio durante las elecciones más recientes. Cuando el elenco anunció “la pasión de Cristo según San Juan,” sentí que Jesús estaba a mi lado en la persona de los presos y enfrente de mí en la persona del actor.

Al principio, la pasión de san Juan destaca el inmenso poder del Verbo de Dios. Cuando Jesús dice con fuerza, “YO SOY” en la huerta de Getsemaní, un oleaje gigantesco golpea a las multitudes amenazadoras. Caen al suelo, pasmados por la fuerza de la proclamación de Jesús.

El narrador dice, “Los soldados de la tropa, con su comandante y los policías del templo, arrestaron a Jesús y lo ataron.” Miro al policía presidiario cuyo hombro descansa contra la pared cerca de la derecha del escenario.

Jesús se retuerce por el dolor de la crucifixión. Miro las cruces trazadas en tinta sobre las espaldas y los hombros de los presos alrededor de mí. Ellos, también, llevan la marca de Cristo crucificado.

El drama se acaba abruptamente cuando cuatro actores salen de escenario llevando el cadáver de Jesús a la tumba. El público aplaude desatinadamente, pero me deja pensando en cómo, para los presos, la vida tiene que ser con frecuencia el Viernes Santo sin el Domingo de la Pascua. La obra de teatro es el ensayo de la realidad que los presos están viviendo.
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Luego, esa misma noche, la fragua tuvo una presentación de danza en el teatro. Chiquitas en sus tutúes se sonríen y dan pataditas. Los trajes son súper bonitos, y dos chiquitos entre la muchedumbre de chiquitas dan a la presentación una ternura única. Las madres y los padres graban a sus niños con tabletas y celulares. Después, hay risillas altas, cámaras brillantes, y flores lindas por todas partes.

Fue totalmente diferente de la presentación en el presidio, pero, no obstante, fue una experiencia significativa y profunda. En una edad de consumo digital y labor artística alienada, es bello ver algo producido y presentado ante nuestros propios ojos. Yo conozco a la resuelta maestra de ballet hondureña que coordinó todo e hizo la coreografía. Yo conozco a los niños hondureños que bailan allí. Ellos personalmente me hacen llorar con ellos y reírme con ellos mediante el arte.

Además, la presentación de danza llevó un significado especial porque había sido retrasada hasta marzo por el toque de queda después de las elecciones en diciembre. La presentación fue retrasada pero no vencida. Fue retrasada, pero no para siempre.

En ese sentido, la presentación de ballet era como mi esperanza para los presos. Espero que, como con Jesús en el domingo de la Pascua y la escuela de ballet ese viernes por la noche, los presos también tendrán su día de libertad y redención. Así será. Está retrasado, pero no vencido. Todo esto me lo enseñó el teatro esta primavera…la fragua, una ventana de esperanza, una luz de escenario brillando en las tinieblas.

David Inczauskis sj es un escolar jesuita de la Universidad de Loyola en Chicago, donde estudia la literatura hispana y la filosofía social. En Chicago también es maestro de clases de religión en una escuela primaria, capellán a varios grupos estudiantiles, y director espiritual en la tradición ignaciana. Actualmente, David colabora con el teatro en un libro sobre su historia, su práctica, y su estilo que se publicará en 2019 en la Universidad Centroamericana en El Salvador.








 

 

 

 

 

 



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